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Recorrido por algunos hitos históricos de Vicente López

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Por Judith Savloff

(PBA) El río traza una línea en el horizonte que separa el celeste del cielo del agua “color león” y pinta así un cuadro abstracto.

Cómo no acordarse entonces de las flores de hormigón gigantes del Monumento del Fin del Milenio realizado en 1999/2000 para Amancio Williams (1913-89), figura de la arquitectura moderna argentina, también allí, en la costa de Vicente López (en este caso, el río y Melo).

Difícil no recordar esas formas puras en las que es posible evocar pétalos y que son, en realidad, ejemplos de las “bóvedas cáscaras” que Williams creó. Sólo requieren una columna para sostenerse. Una columna hueca, que funciona como desagüe. Por eso, en vez de flores, otros las identificaron con paraguas.

Como sea, esas flores de cemento se pueden ver como metáfora de una actitud: la de una ciudad, con casonas antiguas y torres modernas, polémicas y autos –muchos–, que dio vuelta la cara para mirar el río.
“En 2011 el paseo costero de Vicente López estaba abandonado. Hubo que hacer obras que incluyeron desde pavimento hasta plazas. Y algo clave: para seguridad, se pusieron cámaras y un destacamento. Por eso, ahora, podemos organizar actividades recreativas también gratuitas”, dice Javier Buenahora, director de eventos del municipio.

Hoy el paseo recibe 20 mil personas por fin de semana, estima. Está prohibido bañarse así que van, sobre todo, a caminar, tomar sol, hacer ejercicios. Andar en rollers o bicicleta. “A disfrutar”, resume.

El río encandila. Sin embargo, algunos hitos históricos del barrio de Olivos, como la parroquia Jesús en el Huerto de los Olivos (que empezaron a construir en 1895), con su fachada cubierta de enredaderas, o el Cine Teatro York (inaugurado en 1910) y su coqueta marquesina, impulsan a volver a darle la cara a la ciudad, a sus memorias.

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El camino es entonces de ida y vuelta: de la ciudad al río y del río a la ciudad. Y quizás así la mejor foto de este paseo se acerque un poco al ideal de Williams: una ciudad “más humana”, que devuelva algo de “la luz, el aire, el espacio y el tiempo” que, decía, ella misma nos va quitando.

1) Al río. El paseo costero de Vicente López nace en Laprida (al 200 de Avenida del Libertador) y llega hasta Hipólito Yrigoyen, siguiendo el contorno del río. Es decir, mide cerca de 20 cuadras. Ofrece juegos, espacios para practicar deportes (fútbol, tenis, ping-pong y básquet) y correr o andar en rollers y bicicleta. Hay baños y duchas. Y un escenario para bandas, entre otras propuestas. También, miradores, para contemplar el río. El ingreso es gratuito. Ojo: está prohibido bañarse.. Dos datos:

-A mitad de mes, anunciarán el plan de actividades de verano: desde beach voley hasta clases de baile y shows.

-Para el 22 planean realizar Iluminate, show de fuegos artificiales para despedir el año al que van -estiman-unos 10 mil vecinos.

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2) El Gran Escenario. Así, con mayúsculas, en Olivos, es el Cine Teatro York. La sede fue inaugurada en esta casona en 1910 por la Sociedad Cosmopolita de Socorros Mutuos, que había empezado a impulsar actividades culturales unos seis años antes. Su primer nombre fue Cine Select. Cobijó recitales. Fiestas barriales. Y luego decayó. En 2000 la Municipalidad lo compró y lo puso en valor. Isabel Sarli, Fabio Zerpa, Jairo, Pimpinela, Los Tucu Tucu son algunas figuras populares que actuaron allí. Y el Teatro Colón tuvo una noche de gala (la trasmisión satelital de Erwartung y Hagith, óperas vanguardistas) en 2012. Para consultar su programación, ver la web del Municipio o sus redes sociales. No se vaya sin observar la marquesina del York, custodiada por faroles: es preciosa. En Alberdi 895.

En la plazoleta ubicada justo frente a su entrada hay un busto del cómico Juan Carlos Altavista, “Minguito”, quien fue vecino de la zona.

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3) De cuento. La primera piedra de la parroquia Jesús en el Huerto de los Olivos fue colocada en 1895. “El 6 de enero del 1897 -recuerdan allí- se inauguró la capilla, en terrenos donados por el administrador del ex Ferrocarril Buenos Aires-Rosario, Hernán Wineberg. Con el tiempo, se convertiría en la catedral del municipio y Jesús en el Huerto de los Olivos, en su patrono”. Esta sede de aires neogóticos (por eso, parece querer tocar el cielo) es de 1939. El frente, con dos torres, cubierto de enredaderas, la hace única. Cubrirla de vegetación fue idea del padre Jorge Garralda, ingeniero civil, quien llegó en 1967 y, en vez de revocar, eligió sembrar.
Vale la pena volver en otoño y primavera. Las hojas cambian de color con las estaciones del año. Y entre: guarda vitrales. En Salta 2620.

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4) Armenia. El Jachkar o cruz de piedra es un símbolo milenario de la fe y la identidad de los armenios. Esta pieza fue traída de, justamente, Armenia -país del Cáucaso sur, que limita con Turquía, Irán, Azerbaiján y Georgia- en el marco del centenario del genocidio de ese pueblo a manos turcas y emplazado el 10 de octubre del año pasado en Hipólito Yrigoyen y Bartolomé Cruz. “El Jachkar es un monumento monolítico tallado con ornamentos típicos armenios, realizado en las piedras ‘duf’ y basalto. (…) Desde el siglo V, tuvo distintos usos y por lo general se lo emplazaba en los valles montañosos y en cementerios”, explicaron entonces desde el municipio. La Unesco declaró al Jachkar Patrimonio de la Humanidad.

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5) Top y relajado.Nos gusta disfrutar. De la comida, del momento en que comemos, del lugar. Nos gusta lo simple y lo natural. Pero también nos gustan las mezclas de texturas, colores y sabores. Nos gusta lo clásico y nos gusta también lo nuevo. Nos gustan los detalles. Nos gusta el olor de la comida recién hecha. Nos gustan los caprichos. Nos gustan los momentos mínimos. Y sobre todo, nos gusta compartirlos”. Así dice el “manifiesto” de Naná, el restaurante que las hermanas Paula y Sofía Reynal abrieron en abril de 2012 en Hipólito Yrigoyen 499 – y que ya tiene un “hermano” en Libertador 3887, arco 9, pegado al Rosedal de Palermo-.

El chef es Hernán Gipponi -su restó HG, que estaba en Fierro Hotel, fue elegido entre los 50 mejores de Latinoamérica por la revista inglesa Restaurant- y la pastelera Johanna Romero.

De día, arranque con las croquetas de panceta, hongos y espinaca con alioli de limón ($82) o vaya directo al sándwich de pollo crispy (con chutney de tomates, salsa golf casera ahumada y ensalada fresca de rabanitos, a $140). De noche, crece la oferta de “tapeo” y la ternera braseada con gnochi de semóla, tomate y vegetales salteados ($250) se planta como uno de los platos imperdibles. El cheesecake de maracuyá ($80) y la limonada con jengibre ($50) alegran y refrescan siempre. El local de Vicente López, “industrial, chic y cálido”, como define Paula Reynal, abre de lunes a jueves de 8.30 a 00 y viernes y sábados hasta las 0.30. Más información en la página web y el Facebook del local. NR

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Fuente: Clarín


El Barrio Parque Los Andes, la primera casa colectiva que hoy es un lujo

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Escribe Gustavo Londeix

(CABA) Mi vieja siempre me hablaba de la calidad de vida en sus tiempos. Decía que uno era pobre, pero no como los pobres de hoy. En el fondo yo creía que estaba enojada con el siglo XXI. O que era fantasiosa recordando tiempos idos. Pero la Casa Colectiva Barrio Parque Los Andes es un ejemplo de la Argentina que fue y hoy ya no existe.

En 1924 pululaban los conventillos en la ciudad y se promulgó una ley llamada de Casas Baratas. Viviendas para obreros. Se pensó levantar tres barrios que se llamarían Alfa, Beta y Gama, y estarían ubicados en Chacarita, Flores Sur y Palermo. El de Flores Sur se levantaría en Castañón y Balbastro, y el de Palermo en Dorrego y Luis María Campos.

El llamado para presentación de propuestas recibió 43 proyectos y el 31 de enero de 1926 se adjudicó el trabajo al arquitecto Fermín Bereterebide, que también fue encargado de dirigir las obras del barrio Alfa.
Tipo particular el arquitecto. Nacido en Rosario en 1895 y socialista de pura cepa, era reconocido como un genio. Como antecedente traía la construcción del Instituto Pasteur y un barrio popular en Flores. En 16 meses, sobre un terreno de 13.188 m2, levantó el Barrio Los Andes, la primera casa colectiva de la ciudad.

Fue inaugurado el 6 de octubre de 1928 y el rosarino no gastó más de un centavo de los 1.878.580 pesos que le entregaron. Y realizó una joya arquitectónica. La casa colectiva debía albergar 200 adultos y 400 niños. En total son 17 cuerpos de cuatro plantas con 157 departamentos. Cada uno tiene entre 3 y 7 habitaciones.

Y privilegió el verde: es el 63% de la superficie. Al descubrir los materiales usados en la construcción, supe que mi vieja no era fantasiosa ni estaba peleada con el nuevo siglo. Los pobres no eran los pobres de hoy. Las puertas de los departamentos son de madera maciza de roble, los pisos de pinotea traída de Canadá, y las baldosas y los herrajes fueron importadas de Francia. Y como si fuera poco, las escaleras son de mármol de Carrara. Esa era una casa para pobres en los años ’30.

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Hubo un problema. Cuando se inauguró, nadie quiso ir a vivir allí. Por varios motivos. Uno, la obra estaba pegada al arroyo Maldonado, que inundaba el barrio. Dos, enfrente estaba la quema, visitada por cientos de carros tirados por caballos que depositaban a diario toneladas de basura. Y tres, el cementerio era lindero. Hasta entrados los años ’30 fue un barrio fantasma. Por eso los proyectos de viviendas similares, Beta y Gama, fueron desechados.

Hoy, el Barrio Parque Los Andes, la primera casa colectiva para pobres, es un lujo. El metro cuadrado cuesta 3.000 dólares. Sus 600 habitantes viven en un oasis verde y seguro. Y fue tan perfecta la construcción del arquitecto que cada cuerpo no produce conos de sombras sobre el edificio vecino. Nadie quiere vender su casa en el barrio, que ahora es cool.

El complejo incluso tiene un teatro para 150 personas, donde actuaron artistas como Francisco Canaro, Miguel Caló y Mercedes Simone. En los años 40 y 50 los conseguía traer gratuitamente un vecino, cuyo hermano era el pianista de Caló.

Y el barrio tiene una administración vecinal con presidente, vicepresidente y secretario, que trabajan ad honorem, igual que las comisiones también integradas por copropietarios. El gobierno se complementa con 17 delegados, uno por cada edificio.

Lástima el destino de su constructor. Como militante socialista se negó a darle la mano al Presidente Juan Domingo Perón, lo que le valió la expulsión de la Sociedad Central de Arquitectos en 1948 y su despido de la Municipalidad de Buenos Aires. En 1954 terminó en la cárcel por haber participado en un Congreso Pacifista en Viena. Murió en 1979 como un marginal.

Lo veían pasar por el barrio Los Andes vestido con un traje raído pero impecablemente limpio y planchado. Miraba las casas que construyó para los obreros. Nunca perdió lo que quiso darles a ellos en forma de casa: dignidad. Mi vieja tenía razón. Éramos pobres. Pero no como los pobres de hoy… NR

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Fuente: Muy

Conocé la miniciudad dentro del famoso Edifico Libertador

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(CABA) Miles de porteños transitan a diario frente al Edificio Libertador, situado a metros de la Casa Rosada. Pocos saben que sus muros de hormigón esconden una pequeña ciudad en la que ingresan a diario más de 5000 personas, entre visitantes y empleados. Cuenta con peluquería, capilla, sastrería, talabartería, banco, cerrajería, servicio médico y farmacia propios que abastecen a quienes trabajan en el lugar, símbolo del poder militar de décadas pasadas y escenario de algunos episodios armados del país.

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Inaugurado en 1943, concentra las sedes del Ministerio de Defensa, del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas y del Estado Mayor General del Ejército. Por su tamaño, 82.625 m2 cubiertos, es considerado uno de los edificios públicos más grandes de la Argentina. Lo componen dos gigantes bloques de 18 pisos y tres subsuelos cada uno, unidos por dos patios internos que le brindan aire y luz. Lo rodea la plaza de armas, delimitada por Paseo Colón, La Rábida Sur, Huergo y Moreno.

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“El Edificio Libertador funciona como una ciudad en sí misma. La gente pasa largas jornadas de trabajo aquí adentro, a veces desde las 7 hasta las 21. Por eso, se les ofrece una serie de servicios, desde un banco hasta una farmacia. También contamos con dos comedores donde almorzamos y en los que a diario se sirven 2500 raciones de alimentos”, explicó  Sebastián Katz, director nacional de Gestión Cultural del Ministerio de Defensa.

Del total de la superficie cubierta, unos 50.000 m2 están destinados a oficinas y más de 3500 m2, a cocinas y sanitarios. El inmueble posee unas 1000 ventanas desde las que se observan Puerto Madero, el Río de la Plata y gran parte de Buenos Aires. En la planta baja funciona la Biblioteca Central del Ejército, que cuenta con más de 60.000 volúmenes sobre temática bélica. Entre las obras más valiosas, figuran las Memorias de Guerra de la Marina de fines del siglo XIX y una colección de antiguos reglamentos militares.

Si bien la mayoría de los salones son austeros, se destaca el hall de entrada, decorado con dos enormes murales del pintor entrerriano Cesáreo Bernaldo de Quirós, ejecutados por el artista a fines de los 40 y principios de los 50: Las armas del Ejército y Los símbolos del Ejército.

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En el primer piso se ubican los salones San Martín, donde se realizan la mayor parte de los actos oficiales, y General Martín de Güemes. Según explicó el teniente coronel Carlos Freites, jefe de ceremonial, “tanto el edificio como los diferentes recintos están en muy buen estado gracias a un sistema organizado de mantenimiento permanente. Casi todo es original, de época, desde los herrajes hasta los mármoles y las maderas”.

La construcción, destinada a ser Ministerio de Guerra, comenzó en 1936. Fue proyectada por el arquitecto Carlos Pibernat “cuando comienzan las dictaduras, el estalinismo y el fascismo en Europa. Las obras públicas eran poco hospitalarias, usadas básicamente como oficinas y despachos. De ahí que sea un edificio con poco valor estético y de una arquitectura trasnochada para nuestra época”, explicó el profesor de arquitectura de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UBA Gustavo Brandariz.

Para Fabio Grementieri, de la Comisión Nacional de Monumentos, el estilo se corresponde al final de la saga de la arquitectura francesa en la Argentina. “Vemos la última versión, la más planchada, la más monumental, heredera de la arquitectura del Palacio de Tribunales. Es uno de los grandes últimos edificios del clasicismo porteño”. Lo demuestran el remate de mansarda de pizarra importada que cubre los tres pisos superiores, las fachadas en forma de sillería, los pisos de doble altura y el revestimiento de cemento, mármol y arena calcárea.

Desde su inauguración contó con ascensores y sistemas de comunicación de la firma alemana Siemens, un sistema de seguridad y un túnel subterráneo que lo conectaba a la cercana Casa Rosada. Recibió el nombre de Edificio Libertador en 1950, centenario del fallecimiento de José de San Martín.

Entre los hechos históricos de los que fue escenario, se destaca el bombardeo a la Plaza de Mayo del 16 de junio de 1955, cuando, según algunos historiadores, el entonces presidente Juan Perón salvó su vida al resguardarse en el Ministerio de Guerra. NT

 

Aseguran que el Italpark fue destruido por una maldición

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(CABA) Luis Zanón llegó a Sudámerica en 1948, proveniente del Véneto. Quería reconstruir en estos pagos la fábrica de juegos mecánicos Frattelli Zanon, demolida por la Segunda Guerra Mundial en su país.

En 1950 levantaron el Parque Rodó en Montevideo. Y en 1960 encontraron en Buenos Aires el lugar ideal para armar el parque de juegos más grande de Sudámerica. En el cruce de las avenidas Callao y del Libertador, sobre 4500 metros cuadrados, quedó inaugurado el lugar donde los sueños de miles de pibes se cumplieron. Allí se levantó el Italpark.

Al Italpark iban 10.000 personas por día y en vacaciones de invierno las colas para ingresar eran monumentales. Sus 35 juegos incluían, entre otros, dos montañas rusas (una era la más alta de la región), tiro al blanco con la escenografía de Bonanza, teleférico, juego de las tazas, autitos chocadores, los autódromos Autos Sprint y Súper Monza, Dumbo y el Tren fantasma.

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Un paraíso de diversión donde nacieron amores juveniles, rateadas históricas y paseos inolvidables con los viejos. Pero la maldición les envió anuncios, uno detrás de otro.

El 27 de mayo de 1978 un incendio destruyó el Tren Fantasma sin saberse jamás los motivos que lo originaron. En agosto de 1989 otro siniestro se llevó la pista Súper Monza. Dos meses después, el fuego devoró el Laberinto del Terror. En 1990 llegó el final. La tarde del 29 de julio, uno de los carros del MatterHorn, inaugurado en 1983, se desprendió. Mató a Roxana Celia Alaimo y causó graves heridas a su amiga, Karina Benítez. El juego nunca había tenido una revisión técnica.

El Italpark cerró. Y la maldición continuó. Una parte de sus juegos está en el Argenpark de Luján, que es una réplica del Italpark. Allí están el Súper 8 Volante, Showboat, Samba, Torpedo, Twister y Súper Monza. El hombre que los arregló y colocó fue Rodolfo Herrender. Años atrás cayó al vacío tras ser golpeado por un coche de la montaña rusa, mientras colocaba una nueva cámara fotográfica. Y murió.

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Otra parte importante de los juegos está en el parque Beto Carrero World, en Penha, Brasil. Allí también hubo desgracias continuadas. Pocos sabían que la maldición tenía un origen.

 

En 1904 llegó a la Argentina el renombrado arquitecto suizo Alfredo Zücker. Su currículum era fantástico. En Estados Unidos construyó la catedral de San Patricio, el Guilliard Building, el Majestic Hotel, el Harlem Casino y el Opera House de Meridian. En estos pagos levantó el edificio de la Empresa Villalonga (en Balcarce y Moreno); uno de los primeros rascacielos de la ciudad, el Plaza Hotel, de 60 metros de altura; el ya demolido Avenida Palace Hotel; el Gran Hotel Casino, en Vértiz y Pampa, y un lugar muy especial: el Parque Japonés, entonces el parque de diversiones más grande de Sudámerica, sobre los mismos terrenos donde se elevaría el Italpark casi 50 años después. El antiguo Parque Japonés fue devorado por las llamas.

El 3 de febrero de 1911 se inauguró con una inversión de dos millones de pesos, unos tres millones de dólares actuales. En los primeros seis días asistieron 150.000 personas y el precio de la entrada pasó de 50 centavos a un peso. Miembros de la alta sociedad, que habitaban la zona, se horrorizaron con la invasión del pueblo. Consiguieron contratar a una bruja que tras una buena paga les aseguró que había maldecido el lugar y que todo lo que allí se levantara no tendría vida.

Cuarenta días después que el maravilloso Parque Japonés abriera, a las 0.40 del viernes 13 de marzo, se produjo un incendio que no cobró víctimas. En el mediodía del 26 de diciembre de 1926 otro fuego lo destruyó por completo. Años más tarde, en el lugar, se realizó una feria popular italiana. En pleno mediodía se desató una imprevista tormenta eléctrica y un rayo mató a un turista brasileño. Cosa de bruja.

Pero la leyenda urbana dice que hay una chance para los enamorados del parque de diversiones que ya no existe. Primer paso, comprar por Internet una vieja ficha de entrada al Italpark. Es muy difícil encontrar vendedores, y si lo encuentra, la fichita no está menos de 2.000 pesos. Segundo paso. Dirigirse al lugar donde estaba el Italpark. Hoy es un enorme espacio verde. Pararse frente al lugar exacto donde estaba la puerta de ingreso al parque con la ficha en la mano. Mágicamente, ante sus ojos, aparecerá todo el parque iluminado, con los juegos en funcionamiento. La ficha le abrirá las puertas del Parque, pero el que entra, sólo tiene derecho a un juego. Si utiliza más de uno, las puertas se cierran y el ambicioso queda eternamente dentro del Italpark

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Si no se atreve a tanto, le queda otra chance. Hay un misterioso galpón 39 en Retiro donde se guardaron las reliquias del Italpark. Si alguien quiere ver una debe preguntar por el Perro Cervero, un empleado ferroviario que las custodia. Verlas, le costará unos suculentos pesos.

El Italpark está muerto. Pero sigue viviendo en sus juegos, en sus historias y en las leyendas urbanas. NT

Fuente: Muy

¿Cómo fue el día que casi matan a Sarmiento?

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(CABA) En la Argentina hay una amplia lista de presidentes constitucionales derrocados por alzamientos militares. También apoyados por civiles, esos hechos siempre terminaron produciendo muchos males para el país. Pero a pesar de eso, hay historiadores que se jactan de que aquí ningún mandatario fue asesinado mientras ejercía su cargo, como ocurrió en otros países, incluido Estados Unidos, al que se toma como ejemplo de democracia. Sin embargo las crónicas locales registran casos con intentos fallidos. El primero de esos casos involucró a uno de las máximas figuras de nuestra historia. Ocurrió el 23 de agosto de 1873 y para siempre la fecha quedó como el día que casi matan al presidente Domingo Faustino Sarmiento.

Por entonces, Sarmiento ya cumplía el quinto año de su mandato de seis. Y enfrentaba distintos conflictos y problemas que afectaban el desarrollo de esa gestión. Quizá el más grave era la histórica rebelión del entrerriano Ricardo López Jordán, un caudillo con fuerza política. Por su captura, el Presidente ofrecía una recompensa de 100.000 pesos. López Jordán no tenía buena prensa, algo que se acrecentó cuando ordenó el asesinato del gobernador Justo José de Urquiza y dos de sus hijos (Justo Carmelo y Waldino). El gobernador había hecho acuerdos con Sarmiento, después de la elección que ganó el sanjuanino. El crimen de Urquiza ocurrió en el Palacio San José, en la ciudad de Concepción del Uruguay. Los hijos fueron ultimados en Concordia. Dicen que en medio de ese clima surgió la idea de matar al Presidente. La investigación posterior tiene como protagonistas a los hermanos Francisco y Pedro Guerri, dos marineros italianos que estaban en Buenos Aires y sin trabajo. También aparecen Luis Casimir (se hacía llamar“Aníbal”) y Aquiles Segabrugo, a quien conocían como “El austríaco”, aunque había nacido en Milán 38 años antes. Detrás de ellos se supo que estaba la figura de Carlos Querencio, un hombre vinculado a Jordán, quien había prometido un pago de 10.000 pesos si asesinaban a Sarmiento.

En la noche de aquel 23 de agosto, los hermanos Guerri se apostaron en la esquina de las actuales Maipú y avenida Corrientes. Debían esperar la señal que les haría “Aníbal” para saber cuándo balear el carruaje en el que viajaba el Presidente. Sarmiento iba hacia la casa de Dalmacio Vélez Sarsfield (redactor del Código Civil; también ministro del Interior y amigo del sanjuanino) y no tenía ninguna custodia: sólo lo acompañaba el cochero. Los Guerri portaban dos trabucos de bronce y boca ancha. Además llevaban puñales por si los perdigones fallaban. La investigación determinó que las balas estaban impregnadas con poderosos venenos, igual que la punta de los cuchillos. Las crónicas de la época mencionan sulfato de estricnina, ácido prúsico y bicloruro de mercurio, tres potentes tóxicos.

Cuando el carruaje llegó a la esquina, los hermanos salieron de las sombras y dispararon contra la cabina. En un primer momento habían pensado en matar a los dos caballos que tiraban de la carroza y luego apuñalar al mandatario. Sin embargo cambiaron de idea. Algunos perdigones atravesaron la ventanilla y salieron por el otro lado. Pero allí ocurrió algo insólito: el trabuco que portaba Francisco Guerri estaba tan cargado que, al disparar, explotó y dañó severamente la mano del joven (tenía 22 años). Dicen que ante esto, “Aníbal” huyó. Pedro asistió a su hermano herido y se refugiaron en una casa. Pero el oficial Floro Latorre y otro agente de Policía, que estaban cerca, los vieron y los detuvieron. Al parecer Latorre tenía algún dato previo al atentado y por eso se había instalado en el lugar. “Aníbal” (Luis Casimir) fue apresado algunos días más tarde. Después supieron que “El austríaco” era Segabrugo y fueron a buscarlo a su casa en el barrio de Balvanera, pero ya había huido hacia el Uruguay. Policías que viajaron a Montevideo para detenerlo encontraron sus cosas en un hotel, pero el hombre no estaba.

Para completar esa historia llena de intrigas, los agentes se enteraron que Segabrugo había sido asesinado de tres balazos en una calle de la capital uruguaya. El crimen se lo atribuyeron a Carlos Querencio, quien nunca fue detenido. Con papeles y documentos que habían encontrado en la habitación del hotel, los policías se embarcaron hacia Buenos Aires. Pero un grupo de jordanistas se metió en el camarote antes de la zarpada y no sólo se llevaron las valijas: canjearon la vida del policía por silencio para siempre sobre lo que había visto y leído en esos documentos. El amenazado cumplió y por eso hubo cuestiones que nunca se aclararon.

El atentado falló, pero lo más sorprendente fue que Sarmiento recién se enteró de lo ocurrido cuando llegó a la casa de Vélez Sarsfield y el cochero, aún agitado por la mala experiencia vivida, contó todo sobre el ataque. El Presidente, por la avanzada sordera que lo aquejaba entonces, ni siquiera había escuchado las detonaciones de los disparos. Al otro día, hizo declaraciones sobre lo ocurrido. “Por suerte no sufrí daño corporal alguno, pero sí en mi espíritu”, dijo. Y agregó; “Hirieron la más alta investidura que puede ostentar un ciudadano de la República; se resquebrajó el respeto a la autoridad”. NT

Ushuaia, un pintoresco pasaje privado pero sin dueño en Núñez

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Por Ricardo García Blaya

(CABA) Este curioso, bello y pintoresco pasaje de Núñez se llama Ushuaia y su nombre lo pusieron los vecinos. Está ubicado entre la actual calle 3 de Febrero al 2800 y las vías del Ferrocarril Mitre, ramal Tigre.

Su historia se remonta a los años setenta del siglo diecinueve, cuando el trazado del tren impidió el acceso a los propietarios cuyos frentes daban a las vías. Y tiene que ver con una necesidad urbana, ya que había que dar una solución a esos vecinos víctimas del progreso.

No sé si por propia voluntad o por la sugerencia de las autoridades, los dueños de los terrenos de la mitad de la cuadra -vereda oeste-, con frente a 3 de Febrero, cedieron una senda de aproximadamente cinco metros de ancho por cien de largo, con todas las características de una servidumbre de paso pero sin instrumentación documental.

A raíz de esta servidumbre de hecho, conservó su característica de pasaje privado hasta mediados de la década del treinta, ya en pleno siglo veinte.

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En 1935 o 1936, el Consejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires dictó una ordenanza reconociendo a dicha arteria como de naturaleza pública.

Pero esta norma, nunca fue después perfeccionada por hechos administrativos consecuentes. Por tal motivo, el catastro municipal no reflejó la nueva condición pública del pasaje no obstante figurar la referida ordenanza, con su número y fecha, en la plancheta correspondiente.

El realismo mágico surgido de la burocracia administrativa mantenía en el dominio particular un pasaje sin dueño, pese a las siete puertas de las siete casas que dan al mismo y que, por ese sólo hecho debía cambiar su condición privada de origen.

Así fueron las cosas hasta que, en los primeros años del siglo veintiuno, un par de especuladores inmobiliarios compraron una de las dos propiedades cedentes del paso (la otra es mi casa). La idea era construir, allí, una torre de más de 17 metros de altura con una pared medianera al pasaje.

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Era la clásica avivada que se aprovechaba de un error formal, de una omisión, para hacer un pingüe negocio en demérito del patrimonio urbano. Comenzaron las tareas preparatorias, derrumbaron la vivienda que había y, si bien los vecinos, impedimos la realización del esperpento a través de una presentación ante las autoridades del gobierno de la ciudad, no pudimos, sin embargo, evitar la tala de un pino centenario que había en el terreno.

Pero logramos preservar el pasaje en el contexto original, con sus casitas sencillas, el fondo de ladrillos de la vieja fábrica de corchos “Cardillac”, el balcón de mi casa, los malvones y la acequia, que era lo realmente importante.

Y como final con el auxilio de un tango, parafraseando a Francisco García Jiménez:
“Malvón, balcón y sol,/ en su acuarela/ la callejuela/ de Núñez pinta…” (“Malvón”). NR

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Fuente: Blog Serdebuenosayres.

Los fantasmas que habitan en el subte de la línea A

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(CABA) La línea A quedó abierta al público el 2 de diciembre de 1913, con el nombre de Anglo Argentina, por la empresa que lo construyó. Fue motivo de orgullo nacional: era la primera línea del hemisferio sur y de todos los países de habla hispana en el mundo.

“Se inaugura el grandioso subterráneo en los que volarán trenes cada tres minutos y se agregan a la notable red de tranvías con que cuenta la ciudad”, decía la revista Caras y Caretas en 1913.

En 1913 la ciudad tenía 1.457.885 habitantes, 6.211 coches a caballo y 7.438 automóviles. El 2 de diciembre de 1913, en el primer día de la línea Anglo Argentina, viajaron en el subte 170.000 pasajeros.

En la construcción del subte trabajaron 1.500 obreros y se utilizaron 31 millones de ladrillos, 108.000 barras de 170 kg de cemento, 13.000 toneladas de tirantes de hierro y 90.000 m² de capa aisladora. Hoy, la línea tiene casi 10 kilómetros que unen Plaza de Mayo y San Pedrito.

Pero hay un punto en ese recorrido donde lo real y lo inexplicable son lo mismo. Es en el tramo que une dos estaciones: Pasco Sur y Alberti Norte. Allí, más de cien años atrás, en plena construcción, un derrumbe provocó la muerte de dos operarios. Y el lugar quedó maldito.

El hecho se ocultó a la opinión pública. No era bueno que la muerte de dos pobres obreros empañara un trabajo colosal. Sus cuerpos no fueron encontrados. La línea se inauguró con pompa y 40 años después, un doble hecho haría que ese lugar maldito fuera borrado del mapa.

El 15 de abril de 1953, desde los balcones de la Casa Rosada, Juan Domingo Perón le hablaba a una multitud. Una bomba explotó en la estación Plaza de Mayo y mató a siete personas. Por la noche, un ataque incendiario destruyó la Casa del Pueblo, sede del Partido Socialista. La misma se levantaba frente a la boca de entrada de la estación Pasco Sur, en la avenida Rivadavia al 2100, y sufrió graves daños estructurales.

Meses después, el gobierno la clausuró junto a su vecina, Alberti Norte. A ésta la cerraron por un motivo poco real: estaba cercana a la bóveda de la sucursal del Banco Nación. Nunca hubo un comunicado oficial. Dicen que cuando los obreros fueron a hacer las reparaciones y caminaron por las vías entre las dos estaciones, huyeron despavoridos. Con una segunda cuadrilla sucedió lo mismo. Después de que la tercera escapó, no se envió otra.

Desde aquel momento, esas dos estaciones quedaron en el olvido. Pero están allí, escondidas. Pasco Sur, detrás de un largo muro de ladrillos levantado a las apuradas para ocultar algo. Alberti Norte permaneció intacta, pero sin funcionar, hasta que a mediados de 1980 se colocaron en su andén maniquíes vestidos con ropa de 1920, que simulaban ser pasajeros esperando el subte.

Con la llegada de Metrovías, en 1994, el viejo andén tapiado fue ocultado como el de su vecino. La empresa, como en aquel 1953, no quiso indicar por qué las estaciones estaban escondidas detrás de los muros. Sólo usó tres palabras: por cuestiones operativas.

La antigua escalera de acceso sobre la Avenida Rivadavia sigue existiendo, pero está tapada por una chapa con una puerta en el suelo, como si fuera el acceso a un refugio subterráneo. Pero tiene vida.

Cuando se restauró la estación Perú, las tulipas de las luces se tomaron de las originales de Alberti Norte, que estaban intactas y relucientes a pesar de que habían pasado noventa años.

Desde 1913 y hasta hoy, viajar en el último servicio de Plaza de Mayo a Flores, cerca de la medianoche, tiene un condimento extra. Al llegar a las estaciones malditas, se produce un corte de luz breve en los vagones. Dicen que sólo basta mirar por las ventanillas para ver a los dos obreros desaparecidos sentados sobre el andén, todavía con el pico y la pala en sus manos.

Esperando tal vez que los rescaten del olvido. Que los lleven nuevamente a la superficie. Aunque estén tapiadas, las estaciones Pasco Sur y Alberti Norte siguen allí. Y los cuerpos perdidos de los obreros y el misterio, también…

S.C.

Los barrios porteños y sus majestuosos túneles de árboles

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Por Fernando J. de Aróstegui

(CABA) Algunos les dicen bóvedas vegetales o cañones verdes, pero la mayoría de la gente los llama, sencillamente, túneles de árboles. Cuando en una calle plantada con una doble alineación de árboles las copas crecen hasta fundirse en las alturas se forma un majestuoso corredor abovedado, que con su exuberante belleza dota a esa arteria de una identidad singular.

Son muchos los barrios porteños engalanados por estas formaciones. En las avenidas Pedro Goyena (Caballito), Caseros (Parque Patricios) y Melián (Belgrano) se encuentran algunas de las más notables.

Con sus cerca de 350 tipas (Tipuana tipu) dispuestas sin interrupción a lo largo de 20 cuadras, la avenida Pedro Goyena, en Caballito, tiene el túnel de árboles más largo de la ciudad. De doble mano, esta transitada vía discurre en ligeras ondulaciones desde la avenida La Plata hasta la avenida Alberdi.

A razón de entre ocho o 10 ejemplares por cuadra, los más altos arañan el octavo piso de los edificios, unos 24 metros de altura.

A contraluz, los troncos sinuosos y renegridos de estas añosas tipas se recortan contra su follaje verde fosforescente, que los rayos del sol rasgan creando efectos luminosos de una belleza impresionista.

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“¡Me encanta! Está siempre verde. En la primavera las tipas pierden un poco el follaje, pero para diciembre recuperan todo su esplendor y dan una flores amarillas lindísimas”, celebra Ana María Gómez, que vive en Pedro Goyena al 1000. Sin embargo, agrega que los árboles también le dan un poco de miedo porque son “muy viejos y pesados“, y recuerda que el ejemplar ubicado frente a su casa perdió una gran rama durante una tormenta.

Se considera “alineaciones notables” a la serie de árboles dispuestos en línea recta, en ambas veredas -o en bulevar-, que se extienden por lo menos a lo largo de 100 metros y que conforman un “paisaje consolidado y a escala con la arquitectura e infraestructura del sitio”, explicó Marcela Palermo, de la subgerencia de Árboles Históricos y Notables del gobierno porteño.

“Las tipas, autóctonas del norte argentino, fueron aclimatadas a Buenos Aires por el paisajista Carlos Thays, que comenzó a plantarlas en 1891“, recordó Sonia Berjman, doctora en Historia del Arte y autora del libro Carlos Thays. Un jardinero francés en Buenos Aires.

La profusión de alineaciones de tipas que ornamentan Buenos Aires se debe a que era la “planta preferida” de este diseñador de paisaje, según recordó el ingeniero agrónomo y paisajista Carlos Thays, su bisnieto.

En Parque Patricios, una imponente bóveda verde compuesta por unos 120 plátanos (Platanus acerifolia) cubre seis cuadras de la avenida Caseros, desde la avenida Vélez Sarsfield hasta la calle Luna. Originalmente, este túnel abarcaba 12 cuadras, pero luego de una poda intensiva ejecutada hace dos años por la comuna 4 se desplomó el “techo” de la mitad del trayecto.

Con sus troncos “manchados” de tonos grises amarronados y su follaje verde brillante, estos imponentes plátanos aíslan el bullicio de la transitada Caseros, de doble mano.

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Aunque no hay registro de cuándo fue introducida esta especie arbórea en Buenos Aires, Berjman explicó que hay documentos de la época de la colonia que ya dan cuenta de la presencia de plátanos.

“Tengo 82 años y este túnel está desde que me acuerdo”, cuenta la vecina Telma Ponedera. Otro vecino, Eduardo Guerrero, celebra la belleza de esta añosa alineación, aunque cuenta que cuando hay vientos fuertes a veces caen las ramas más secas. Como en todos los barrios, también aquí se libra una disputa entre los vecinos que exigen podas y quienes las rechazan.

Este túnel sufre una inesperada anomalía al pasar frente al parque Ameghino: se vuelve mixto. A “ellos”, los plátanos, alineados en la vereda de los números impares, se les enfrentan “ellas”, las tipas, en la vereda de los pares. El contacto entre ambos es muy casto: sólo se tocan, a 20 metros de altura, las puntas de sus ramas.

“La plantación coherente de una especie otorga a ciertos lugares de la ciudad una fuerte identidad barrial”, explicó Thays. Además, contó que la primera alineación de árboles que tuvo Buenos Aires fue la alameda que, en 1780, el virrey Vértiz plantó en la actual avenida Paseo Colón, a la altura de la Aduana.

Aunque en Buenos Aires la mayoría de los túneles verdes están compuestos de formaciones de tipas o plátanos, también se registran algunos casos exóticos, como el de la avenida Forest, de Ibirá pitas (Peltophorum dubium), en el linde entre Belgrano y Villa Ortúzar.

Como en las antiguas formaciones militares, donde las bajas abrían huecos, también en las alineaciones del arbolado la equidistancia original entre los ejemplares se vio alterada: a veces por caídas durante las tormentas, otras por las talas para hacer garajes. En algunas alineaciones se registraron tantas bajas que el techo abovedado terminó por desplomarse. Como en la avenida Honduras, en Palermo.

En Belgrano R hay otro túnel magnífico. Unas 130 tipas cubren las silenciosas cinco cuadras de la avenida Melián que median entre Olazábal y La Pampa. Miden cerca de 24 metros y casi triplican en altura a las elegantes casas de dos plantas que flanquean esa arteria, y que con sus techos de tejas o pizarra, bow windows, patios y rejas le infunden a este barrio residencial su emblemático aire inglés.

“¡Son dos ríos: uno verde y otro de oro!”, describió fascinada Sonia Berjman, vecina del barrio. “El río verde corre por las alturas. Y el de oro, por el suelo: en diciembre, el adoquinado queda cubierto por las flores amarillas, y según cómo les dé el sol desprenden una infinidad de tonalidades”, dijo. Aclaró que la belleza de Melián constituye un caso notable a nivel mundial. NR

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Fuente: La Nación


Recorrido por algunos hitos históricos de Vicente López

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Por Judith Savloff

(PBA) El río traza una línea en el horizonte que separa el celeste del cielo del agua “color león” y pinta así un cuadro abstracto.

Cómo no acordarse entonces de las flores de hormigón gigantes del Monumento del Fin del Milenio realizado en 1999/2000 para Amancio Williams (1913-89), figura de la arquitectura moderna argentina, también allí, en la costa de Vicente López (en este caso, el río y Melo).

Difícil no recordar esas formas puras en las que es posible evocar pétalos y que son, en realidad, ejemplos de las “bóvedas cáscaras” que Williams creó. Sólo requieren una columna para sostenerse. Una columna hueca, que funciona como desagüe. Por eso, en vez de flores, otros las identificaron con paraguas.

Como sea, esas flores de cemento se pueden ver como metáfora de una actitud: la de una ciudad, con casonas antiguas y torres modernas, polémicas y autos –muchos–, que dio vuelta la cara para mirar el río.
“En 2011 el paseo costero de Vicente López estaba abandonado. Hubo que hacer obras que incluyeron desde pavimento hasta plazas. Y algo clave: para seguridad, se pusieron cámaras y un destacamento. Por eso, ahora, podemos organizar actividades recreativas también gratuitas”, dice Javier Buenahora, director de eventos del municipio.

Hoy el paseo recibe 20 mil personas por fin de semana, estima. Está prohibido bañarse así que van, sobre todo, a caminar, tomar sol, hacer ejercicios. Andar en rollers o bicicleta. “A disfrutar”, resume.

El río encandila. Sin embargo, algunos hitos históricos del barrio de Olivos, como la parroquia Jesús en el Huerto de los Olivos (que empezaron a construir en 1895), con su fachada cubierta de enredaderas, o el Cine Teatro York (inaugurado en 1910) y su coqueta marquesina, impulsan a volver a darle la cara a la ciudad, a sus memorias.

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El camino es entonces de ida y vuelta: de la ciudad al río y del río a la ciudad. Y quizás así la mejor foto de este paseo se acerque un poco al ideal de Williams: una ciudad “más humana”, que devuelva algo de “la luz, el aire, el espacio y el tiempo” que, decía, ella misma nos va quitando.

1) Al río. El paseo costero de Vicente López nace en Laprida (al 200 de Avenida del Libertador) y llega hasta Hipólito Yrigoyen, siguiendo el contorno del río. Es decir, mide cerca de 20 cuadras. Ofrece juegos, espacios para practicar deportes (fútbol, tenis, ping-pong y básquet) y correr o andar en rollers y bicicleta. Hay baños y duchas. Y un escenario para bandas, entre otras propuestas. También, miradores, para contemplar el río. El ingreso es gratuito. Ojo: está prohibido bañarse.. Dos datos:

-A mitad de mes, anunciarán el plan de actividades de verano: desde beach voley hasta clases de baile y shows.

-Para el 22 planean realizar Iluminate, show de fuegos artificiales para despedir el año al que van -estiman-unos 10 mil vecinos.

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2) El Gran Escenario. Así, con mayúsculas, en Olivos, es el Cine Teatro York. La sede fue inaugurada en esta casona en 1910 por la Sociedad Cosmopolita de Socorros Mutuos, que había empezado a impulsar actividades culturales unos seis años antes. Su primer nombre fue Cine Select. Cobijó recitales. Fiestas barriales. Y luego decayó. En 2000 la Municipalidad lo compró y lo puso en valor. Isabel Sarli, Fabio Zerpa, Jairo, Pimpinela, Los Tucu Tucu son algunas figuras populares que actuaron allí. Y el Teatro Colón tuvo una noche de gala (la trasmisión satelital de Erwartung y Hagith, óperas vanguardistas) en 2012. Para consultar su programación, ver la web del Municipio o sus redes sociales. No se vaya sin observar la marquesina del York, custodiada por faroles: es preciosa. En Alberdi 895.

En la plazoleta ubicada justo frente a su entrada hay un busto del cómico Juan Carlos Altavista, “Minguito”, quien fue vecino de la zona.

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3) De cuento. La primera piedra de la parroquia Jesús en el Huerto de los Olivos fue colocada en 1895. “El 6 de enero del 1897 -recuerdan allí- se inauguró la capilla, en terrenos donados por el administrador del ex Ferrocarril Buenos Aires-Rosario, Hernán Wineberg. Con el tiempo, se convertiría en la catedral del municipio y Jesús en el Huerto de los Olivos, en su patrono”. Esta sede de aires neogóticos (por eso, parece querer tocar el cielo) es de 1939. El frente, con dos torres, cubierto de enredaderas, la hace única. Cubrirla de vegetación fue idea del padre Jorge Garralda, ingeniero civil, quien llegó en 1967 y, en vez de revocar, eligió sembrar.
Vale la pena volver en otoño y primavera. Las hojas cambian de color con las estaciones del año. Y entre: guarda vitrales. En Salta 2620.

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4) Armenia. El Jachkar o cruz de piedra es un símbolo milenario de la fe y la identidad de los armenios. Esta pieza fue traída de, justamente, Armenia -país del Cáucaso sur, que limita con Turquía, Irán, Azerbaiján y Georgia- en el marco del centenario del genocidio de ese pueblo a manos turcas y emplazado el 10 de octubre del año pasado en Hipólito Yrigoyen y Bartolomé Cruz. “El Jachkar es un monumento monolítico tallado con ornamentos típicos armenios, realizado en las piedras ‘duf’ y basalto. (…) Desde el siglo V, tuvo distintos usos y por lo general se lo emplazaba en los valles montañosos y en cementerios”, explicaron entonces desde el municipio. La Unesco declaró al Jachkar Patrimonio de la Humanidad.

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5) Top y relajado.Nos gusta disfrutar. De la comida, del momento en que comemos, del lugar. Nos gusta lo simple y lo natural. Pero también nos gustan las mezclas de texturas, colores y sabores. Nos gusta lo clásico y nos gusta también lo nuevo. Nos gustan los detalles. Nos gusta el olor de la comida recién hecha. Nos gustan los caprichos. Nos gustan los momentos mínimos. Y sobre todo, nos gusta compartirlos”. Así dice el “manifiesto” de Naná, el restaurante que las hermanas Paula y Sofía Reynal abrieron en abril de 2012 en Hipólito Yrigoyen 499 – y que ya tiene un “hermano” en Libertador 3887, arco 9, pegado al Rosedal de Palermo-.

El chef es Hernán Gipponi -su restó HG, que estaba en Fierro Hotel, fue elegido entre los 50 mejores de Latinoamérica por la revista inglesa Restaurant- y la pastelera Johanna Romero.

De día, arranque con las croquetas de panceta, hongos y espinaca con alioli de limón ($82) o vaya directo al sándwich de pollo crispy (con chutney de tomates, salsa golf casera ahumada y ensalada fresca de rabanitos, a $140). De noche, crece la oferta de “tapeo” y la ternera braseada con gnochi de semóla, tomate y vegetales salteados ($250) se planta como uno de los platos imperdibles. El cheesecake de maracuyá ($80) y la limonada con jengibre ($50) alegran y refrescan siempre. El local de Vicente López, “industrial, chic y cálido”, como define Paula Reynal, abre de lunes a jueves de 8.30 a 00 y viernes y sábados hasta las 0.30. Más información en la página web y el Facebook del local. NR

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Fuente: Clarín

Paisajes literarios: un recorrido por el Adrogué de Borges

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(PBA) Borges y el laberinto. La multiplicación. El otro. Los espejos. Más que temas, son obsesiones a las que el escritor volvió una y otra vez. El Sur también dejó huella en él. En sus cuentos y poemas están los detalles en los que se detuvo, la relación entre mirada y espacio, la memoria. Dentro de todos los Borges, hay un Borges de Adrogué. Llegó a Adrogué de pequeño, con su familia: “Aprendí a andar en bicicleta y paseé entre los árboles, los eucaliptus y las verjas“, dijo en una conferencia que llamó “Adrogué en mis libros”, de 1977, que forma parte del volumen Jorge Luis Borges en Almirante Brown. La familia alquiló una quinta, La Rosalinda, que ya no existe. Salir a caminar con su padre era algo recurrente. Después vendría el tiempo en el hotel La Delicia, el de los espejos. “Sobre el portón decía La Delicia, salvo que nadie utilizaba el singular, sino el plural, que es mejor. Hay cuentos míos que parten de ese lugar o regresan a él.” Cuando su padre murió, la madre, Leonor Acevedo, compró el terreno y levantó una casa a la que irían durante los veranos con su hermana Norah. Pero en 1953 la vendieron. Hoy funciona allí el museo Casa Borges. Además de las historias, el Sur le da un amigo, el poeta y periodista Félix Della Paolera, quien gestionó el doctorado honoris causa a Borges por la Universidad de Cuyo. Con su amigo Grillo -así le decían a Della Paolera por su costado insomne- almorzará muchos sábados de su vida y compartirá las caminatas por esos rincones del Sur.

Un recorrido posible

1. Viejo puente de ferrocarril y altura Camino de las Tropas. Aparece en el cuento “La intrusa” el rancho de los Iberra, en Turdera. Sobre cómo construyó este cuento, Borges escribió: “Había empezado la historia de dos hombres, dos hermanos que se disputan la misma mujer. [?]Me acordé entonces de los hermanos Iberra, de quienes muchos de ustedes tendrán noticias. ¿Por qué no ocurrirlo en Turdera? Pensé: si sitúo un cuento mío en Turdera en mil ochocientos noventa y tantos, ¿quién puede saber cómo eran los hombres de aquellas orillas del Sur? Prefiero situar mis cuentos en las orillas de Palermo o en las orillas de Adrogué, a fines del siglo pasado”. Con su amigo Grillo Della Paolera caminaban por Turdera, lindero a Adrogué.

2. Monumento representativo para recordar el hotel La Delicia. (Pasaje Las Delicias.) Se lo menciona en “Adrogué”, poema del libro El hacedor. “Lo que he tratado de decir sobre Adrogué, sobre el Sur, sobre el hotel Las Delicias, todo lo he dicho mejor, creo, en un poema”. Del hotel Las Delicias, de enorme influencia en el imaginario borgeano, hoy apenas se conserva esa escultura. Y una vez más están los eucaliptos. “Su olor medicinal dan a la sombra/ Los eucaliptos: ese olor antiguo/ Que, más allá del tiempo y del ambiguo/ Lenguaje, el tiempo de las quintas nombra.” Y al fin de otra estrofa: “Pero todo esto ocurre en esta suerte/ De cuarta dimensión, que es la memoria [?] En ella y sólo en ella están ahora/ Los patios y jardines”. El cuento “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” también alude al hotel. La primera oración es así: “Debo a la conjunción de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar”. Y los trenes, el punto cardinal de tres letras, la vida en las plantas, la ficción en los espejos. Aparece, como él lo llamaba, en plural, “Las Delicias”, a medida que avanza la acción, así: “Algún recuerdo limitado y menguante de Herbert Ashe, ingeniero de los ferrocarriles del Sur, persiste en el hotel de Adrogué, entre las efusivas madreselvas y en el fondo ilusorio de los espejos”.

3. Su casa (Diagonal Brown 301). Es el chalet en el que pasó los veranos con su madre y su hermana Norah. “De regreso de Europa, mi madre edificó una casita frente a la plaza Almirante Brown, que tuvimos que vender. Me acordaré siempre de las cadenas y de las anclas y de la estatua.” La que era su habitación daba a la plaza principal, a las copas de los árboles de los que siempre habló: la conocida referencia al olor de los eucaliptos. “En cualquier parte del mundo en que me encuentre, cuando siento el olor de los eucaliptos, estoy en Adrogué.” Hoy funciona allí la Casa Borges, inaugurada en 2014 como un proyecto municipal con el apoyo de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, que dirige María Kodama. Fue Kodama la que elogió una de las intervenciones, el mural de Fernanda González Latrecchiana, artista plástica especializada en murales que apelan a la identidad de las ciudades. El que hizo muestra a Borges de espaldas, acompañado por un tigre, animal que era su pasión. También hay obras de Lili Esses, Jorge Aranda, Andrea Bravo y Elena González. Para hacer la recorrida, está la palabra de Teresa López, licencia en Letras y Bibliotecología, que conoce muy de cerca la obra de Borges. Los eucaliptos aparecen también en “La muerte y la brújula”. El cuento empieza así: “De los muchos problemas que ejercitaron la temeraria perspicacia de Lönnrot, ninguno tan extraño -tan rigurosamente extraño, diremos- como la periódica serie de hechos de sangre que culminaron en la quinta de Triste-le-Roy, entre el interminable olor de los eucaliptos”.

4. Biblioteca Esteban Adrogué (La Rosa 974). Circulaba el rumor sobre las ganas de Borges de dirigir la biblioteca de Adrogué fundada en 1918. En Jorge Luis Borges en Almirante Brown, se reconstruye esta versión. “En 1955, en momentos en que, según el testimonio de María E. Vázquez, aspiraba a dirigir la Biblioteca de Adrogué, fue nombrado director de la Biblioteca Nacional, máximo honor para quien la concebía como «un sinónimo del Paraíso Terrenal».”

5. Esquina de Quintana 407. Hay mucho Adrogué en el cuento “El Sur”. Transcurre en una pulpería, hoy Almacén de Ramos Generales Santa Rita, un restaurante. Narra Borges en el cuento: “Dahlmann había logrado salvar el casco de una estancia en el Sur, que fue de los Flores: una de las costumbres de su memoria era la imagen de los eucaliptos balsámicos y de la larga casa rosada que alguna vez fue carmesí”.
6. Calle de casas como quintas. En su cuento “El Aleph”, aquel que habla del lugar de todos los lugares, se lee: “Vi una zona de quintas”. De lo que Borges registró en esas caminatas con su padre, más tarde diría en la Conferencia de 1977: “Me acompaña -mis fechas son inciertas, pero qué importan las fechas, que son lo más vago que puede haber-, todo eso me acompaña desde mi niñez en Adrogué. Porque Adrogué era eso entonces (no sé si ahora lo es): es un largo laberinto tranquilo, de quintas, un laberinto de vastas noches quietas”. NR


Fuente: La Nación

Un recorrido por las curiosidades de Palermo Chico

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Por Judith Savloff

(CABA) Estamos acostumbrados a caminar derecho. Representamos al tiempo como una recta. Así que no es raro que al tomar las callecitas curvas de Palermo Chico, uno pierda la brújula, además del acelere. Y menos, que lo haga contento.

Es que el maestro Carlos Thays diseñó en 1912 este escenario de cuento, más o menos, entre lo que hoy es Libertador, Tagle, Cavia y las vías. Y lo creó con un espiral arbolado para dejarse llevar, libre de la cuadrícula que rige la mayor parte de Capital.

Después llegaron las casonas, los palacios y las torres. Vecinos ricos y poderosos. Políticos. Actores. Embajadas. Y museos.

Pero los pájaros nunca se fueron. Y si la tarde está gris y fresca para el verano es difícil no evocar a París.

Claro que entre tipas, ceibos y otras especies de árboles autóctonos, frondosos –y cámaras y cámaras de seguridad–, hay más que petit hoteles y balcones decorados con gárgolas. Hay incluso más que alusiones al tudor, la recreación de un estilo inglés medieval, con las que también se suele describir al lugar.

curvas y verdes

Aquí se guardan “chismes”, chismes de un barrio coqueto que terminaron convertidos en memorias porteñas.

El barrio guarda una casa, que como el Palacio Barolo del Centro, parece homenajear a la Divina Comedia de Dante Alighieri. Un palacio que tuvo pista de carreras en la terraza. La única escultura de San Martín de civil y una réplica de su casa en el exilio en Francia. Además, una vivienda blanca y despojada, tanto que hizo que los vecinos, dueños de mansiones, se ofuscaran. “¡Afea el barrio!”, se cuenta que gritaban.

Sin embargo, esa vivienda, pionera del racionalismo en la Ciudad de Buenos Aires, sigue ahí. Sólo hay que prestarle atención, igual que a los pájaros, a metros nomás del tránsito intenso de Libertador.

1) “Palacio autódromo”. El Palacio Alcorta fue diseñado en 1927 por el arquitecto italiano Mario Palanti -creador del Barolo, entre otras celebridades porteñas-. Lo construyó en una manzana entera para una concesionaria que vendía autos Chrysler. Por eso, tuvo una pista para probarlos en la terraza: ”el estadio olímpico”, donde se cuenta que podían correr hasta a 100 km/h, también de noche. Luego lo reciclaron como lofts y oficinas, con jardín y pileta en la forma hueca que dejó la pista. También albergó al Museo Renault. Y hoy funcionan locales. En Figueroa Alcorta 3351.

palacio pista palermo

2) “La redonda”. También es obra del italiano Mario Palanti, esta vez, junto a su colega Algier. Además de la torre-coronita con curvas de sello hindú y rejas con aires Art Nouveau, el portón principal tiene relieves que, para muchos, evocan al Dante, autor de la Divina Comedia, y Beatrice, su protagonista. Es decir: el Barolo (Avenida de Mayo 1370), la gran obra de Palanti, con sus cien metros de alto como cien cantos tiene la Divina Comedia -entre otras misteriosas coincidencias- no es la única que le habría dedicado al Dante. En Ortiz de Ocampo y Eduardo Costa.

la redonda palermo

3) San Martín, el abuelo inmortal. Así, El abuelo inmortal, se titula justamente este monumento único: no hay otro en Capital que recuerde a San Martín (1778-1850) anciano y de civil. Fue realizado por el escultor Ángel Ibarra García (1892-1972) en bronce y emplazado en 1951 en la plazoleta que se ubica a metros del cruce entre Mariscal Castilla y Aguado.

El Libertador de Argentina, Perú y Chile no lleva el sable corvo, ni va a caballo ni viste el uniforme militar. Lo rodean María Mercedes y Josefina Dominga, hijas de Merceditas, su hija con Remedios de Escalada, y de Mariano Balcarce. Se trata de las “nietecitas cuyas gracias no dejan de contribuir a hacerme más llevaderos mis viejos días”, contó San Martín en Grand Bourg, Francia, donde vivió exiliado entre 1834 y 1848.

“Mercedes se pasa la vida lidiando con las chiquitas que están cada vez más traviesas. Pepa, sobre todo, anda por todas partes levantando una pierna para hacer lo que llama volatín; pero entiende muy bien el español y el francés. Merceditas está en la grande empresa de volver a aprender el a-b-c que tenía olvidado; pero el General siempre repite la observación de que no la ha visto un segundo quieta”, escribió Florencio Balcarce, cuñado de Mercedes, quien estudiaba en París e iba a visitarlos fin de semana por medio. Así que no cuesta imaginar al general prestándoles las condecoraciones para jugar. “Si no sirven para hacer callar a una nieta, de nada habrían valido”, comentó San Martín, según señala Enrique Mario Mayochi en un trabajo publicado por el Instituto Nacional Sanmartiniano.

Vale la pena ojear el pedestal. Dar la vuelta al monumento. Tiene bajorrelieves que evocan hechos de la vida cotidiana de San Martín: “cultivando sus dalias“, “en la ribera del Sena“ y “limpiando sus armas“.

san martin y nietas

4) Grand Bourg. Enfrente de El abuelo inmortal está la réplica de la casa que San Martín habitó entre 1834 y 1848 en Grand Bourg, Francia. Fue realizada por el arquitecto Julio Salas e inaugurada en 1946. Es más grande que la que el general ocupó allá y alberga el Instituto Sanmartiniano desde 1933.

Dato: El reverso del billete de $ 500 que circuló durante 1964-75 en el país estaba ilustrado con la réplica de la casa de Grand Bourg en Buenos Aires. El grabado fue realizado por Pietro Nicastro, de la Casa de Moneda de la Nación.

replica san martin

5) Moderna. Hecha de rectas, esta casa es pionera del racionalismo en la Ciudad. La construyó en 1928 el arquitecto Alejandro Bustillo (1889-1932), sobre la base de la obra del pope de esa vanguardia, Le Corbusier (1887-1965). La encargó Victoria Ocampo (1890-1979), escritora, traductora y creadora de la revista Sur, puente con intelectuales locales y del exterior.

Todavía llama la atención por la apariencia austera. Así que en aquellos años, cuando aún se levantaban palacios en Capital y el Art Nouveau estaba de moda, “Victoria tuvo que soportar la oposición del vecindario, que la acusó de afear el barrio“, recuerdan en Proyecto Villa Ocampo, dedicado a preservar su legado, con participación de la Unesco y otras entidades.

En los ’30, la casa se convirtió en sede de la redacción de Sur, en la que colaboraron Borges, José Ortega y Gasset y Octavio Paz, entre otras figuras. En 2005 abrió la Casa de la Cultura del Fondo Nacional de las Artes. En Rufino Elizalde 2850. NR

casa victoria ocampo
Fuente: Clarín

Las violentas historias de las personas detrás de los nombres de las calles porteñas

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(CABA) No muchos saben quiénes fueron, qué hicieron o cuál es la historia de las personas detrás del nombre de las calles, pasajes y avenidas porteñas. La mayor parte fue olvidada, normalizada en el cotidiano como solo una dirección postal. Investigación histórica, análisis sociológico, literatura, tradición, liturgia, fábulas. Entre el fervor de Borges y la transfiguración urbana de Marechal, hay muchos modos de contar el mapa porteño. Una forma es a través de la tragedia de los que hoy son, tantas veces, apenas un cartel que indica una altura en alguna esquina.

Las calles de la Ciudad, en gran número, tienen el nombre de alguien que tuvo final trágico. En Devoto, Diego de Rojas, envenenado; en Belgrano, Superí, encañonado; para salir a Zona Norte, Lugones, suicidado; en La Boca, Magallanes, acribillado a flechazos. Pero si hay una mayoría de tipos de muerte en el catastro es la de decapitados y degollados. ¿Los pisteros que van por Warnes buscando repuestos para su auto tienen idea de que la cabeza del coronel por el que se nombró la avenida terminó clavada en una pica?

Además, el mapa porteño hace convivir a muchas víctimas con verdugos. Y en Liniers, por ejemplo, a pocas cuadras, están la Plaza Sarmiento y la cortada El Chacho, una jugarreta irónica o malvada del que tomó esa decisión, ya que el político y docente argentino celebró la decapitación del general Vicente Peñaloza. Resulta que hay, atravesando la capital, muchas arterias, vale decir en este caso, con nombre en homenaje a personas que perdieron sus cabezas, y a quienes las cortaron también. Sin que falten tampoco los que dieron “la orden de”, aunque no hayan puesto las manos en el sable o el hacha.

Una tarde hace cinco años, en medio de un debate amistoso en su muro de Facebook sobre la costumbre del degüello en las Provincias Unidas del Río de la Plata, el investigador Vicente Mario Di Maggio observó un patrón claro de cabezas perdidas en las calles de Villa Crespo: por ahí rodaban las testas de, o hacían rodar las de otros, Avellaneda, Padilla, Camargo y Antezana, por nombrar algunos. “Pensé que se trataba de una curiosidad barrial, pero muy pronto noté que otros gobernadores y militares que habían corrido la misma suerte formaban parte de la extensa grilla de la Ciudad”, cuenta.

Cefaléutica de Buenos Aires, como explica su subtítulo, es una “toponimia y guía histórica de los decapitados de la Capital Federal, más algunos apuntes sobre la cultura de la cabeza trofeo en el Río de la Plata”. Publicado en 2016 por el Teatrito Rioplatense de Entidades (TRE), este libro-catálogo hace notar que la Ciudad de Buenos Aires es un mapa del degüello. Hubo una gesta violenta de la Argentina en el siglo XIX que dejó su marca hasta hacerse casi transparente, pero no por eso invisible. Perdura de diversas formas, y una de las más sorprendentes es que está en los nombres de muchas calles porteñas.

Cefaleútica: viene del griego y tiene su origen en ‘cabeza’ y en ‘dar a luz’. Dícese del arte de encontrar y señalar cabezas trofeo. El cefaleuta porteño encuentra decapitados donde no debería haberlos, y reconoce que el destino rioplatense le otorga a su empresa argumentos aún en situaciones donde el cefaleuta no los quiere ni los espera”. Con esa declaración Di Maggio abre el libro y explica su morbosa y alucinante tarea. A partir de ahí se interna, y lleva de la mano al lector, en un estudio minucioso para descubrir y describir 124 casos, que ordena con una introducción general al tema, un mapa señalizado, un índice alfabético y finalmente cada historia. La lista de calles en cuestión es larga. Y el autor cuenta que en los últimos meses encontró material para 50 más. Eso suma casi doscientos, 174 para más precisión, trazos descocados en la cartografía local.

De la gran cantidad de historias recopiladas, Di Maggio dice que la que más le impacta es la de los 300 degollados federales en la masacre de Cañada de Gómez (que como calle está en Liniers) bajo la comandancia de Venancio Flores (que en el mapa atraviesa Caballito, Floresta y Vélez Sarsfield) ante la vista gorda de Bartolomé Mitre (que recorre el centro de la Ciudad): “Tiene algo de la violencia de Shakespeare, del más virulento, de Macbeth o de Titus Andrónicus”.

La avenida Dorrego, que bordea uno de los paredones del cementerio de Chacarita y zigzaguea entre los barrios de Paternal y Palermo, corta de cuajo algunas calles, que cambian de nombre cuando la cruzan. Esta arteria tiene su carga de degüello. Es una de las historias en el libro de Di Maggio, que cuenta que la comisión que debió inhumar los restos del gobernador fusilado “encontró el cadáver entero, a excepción de la cabeza que estaba separada del cuerpo en parte, y dividida en varios pedazos, con un golpe de fusil, al parecer al lado izquierdo del pecho”.

¿Tienen idea los vecinos de la calle Estomba que su dirección postal honra a un loco peligroso que murió en el manicomio, después de hacer pasar por el filo de su hacha a varios hombres? La coqueta Arenales es por un militar argentino de origen español que murió entero, pero lo sepultaron sin la cabeza, que fue conservada por el coronel José Manuel Pizarro para entregársela a la hija del muerto. La tranquila Mariano Acha en Villa Urquiza y Vilela y Quesada en Saavedra homenajean con sus nombres a tres decapitados, igual que las bohemias Murillo, Padilla y Loyola. Y la avenida Avellaneda, la de la ropa al por mayor, también forma parte de esta nómina truculenta.

Conocer esa información le podría volar la cabeza a cualquiera, pero para Di Maggio, cefaleuta empedernido, es solo el modo de narrar el devenir porteño, más certero que el de los mitos urbanos y tanto más tangible que el de las historias fantasmales. Es nada más ni nada menos que una crónica, que también es una investigación y, sobre todo, un catastro social, histórico y político, con mapas y todo, de los descabezados que conforman el cosmos rioplatense que a veces no somos capaces de ver. NR

Fuente: Clarín
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