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El edifico del A.C.A. es el símbolo porteños del racionalismo

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(CABA) El edificio que ocupa la sede central del Automóvil Club Argentino es un mojón imponente de la arquitectura de la ciudad de Buenos Aires, pero a la vez, uno de los reflejos tangibles de la historia de construcciones porteñas cuya valorización nunca termina de dimensionarse.

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Su estructura frente a la Plaza Grand Bourg, en Barrio Parque, Recoleta, impacta por la fachada rectangular de su cuerpo principal aunque esconde detrás una parte semicircular necesaria por su funcionalidad: la circulación vertical de los automóviles. Por eso, este edificio de la avenida Del Libertador y Tagle no sólo es ícono del movimiento racionalista y su nuevo monumentalismo, sino también el reflejo de una sociedad que se transformaba al ritmo del automóvil.

La obra fue comenzada en 1942 e inaugurada al año siguiente como punto cumbre de un proyecto integral de la institución cuyas huellas aún perduran: el encuentro de nombres de fuste dentro de ese salón de la fama imaginario de arquitectos e ingenieros que embellecieron calles y avenidas porteñas. Se trata, en orden alfabético, de Jorge Bunge, Luis María De la Torre, Abelardo Falomir, Rafael Giménez, Arnold Jacobs, Ernesto Lagos, Héctor Morixe, Gregorio Sánchez y Antonio Vilar, responsables, a través de estudios arquitectónicos a los que pertenecían, de haber firmado, entre decenas de obras chicas, medianas y grandes, proyectos como La Algodonera, el Kavanagh, la casa matriz del Banco Provincia (San Martín y Bartolomé Mitre), el Comega o el hospital Churruca.

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A ellos se sumaron para darle detalles al exterior e interior del edificio con pinturas murales, frescos, temples, cuadros, esculturas, bajos y altos relieves grandes de las artes como Emilio Centurión; José Fioravanti (el escultor de los lobos marinos instalados en la rambla marplatense); Alfredo Guido; Gonzalo Leguizamón Pondal; Dante Ortolani; el matrimonio María M. Rodrigué y Jorge Soto Acebal y Gregorio López Naguil, entre otros. Exponentes del Art Decó que se puede recorrer hoy en día. En la fachada se destacan a ambos lados del edificio los relieves conmemorativos de Alberto Lagos, dos alegorías talladas que hablan del automóvil: la energía y la rueda. NT


¿Qué es la misteriosa escultura que apareció en el Parque Thays?

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(CABA) La aparición de un extraño cubo hecho con placas madre de computadoras sorprende a los vecinos en el Parque Thays. Está atornillado en la parte superior de una de las rejas que rodean al espacio verde. Y nadie a ciencia cierta sabe qué es. La mayoría cree que se trata de una escultura modernista. Y algunos dejan volar su imaginación y dicen que es un satélite o una antena extraterrestre.

La que dio el alerta fue la artista plástica y ex esposa de Jorge Lanata, Sara Stewart Brown. En su Twitter (@Kiwita), hoy publicó dos fotos del cubo con un interrogante: “Buendía! What is this atornillado a la reja del Parque Thays!?”.

Las respuestas y especulaciones varias no tardaron en aparecer. “Motherboards de algunas viejas PC con su memoria RAM”, explicó @panchorgl. “Es arte con partes de computadoras viejas. Esos son mothers. Algo parecido hay en la laguna de Chascomús frente a una parrilla”, precisó @porlasududasdigo. “Desde hoy ya no es mas Parque Thays; ahora es el Parque de la Memoria RAM”, sentenció @nachomdeo.

Casi todos coincidieron que se trataba de una obra artística, pero algunos fueron más creativos y plantearon otras teorías. @JarryPoster sugirió que podía tratarse de “la play de ET”. @gabuchy planteó que tal vez sea “una antena de extraterrestres”. “Una mother y 2 ram… las tocás con el dedo y se te suman 4 bits de memoria cognitiva”, se entusiasmó @TvoGonzalez. Y @Periodistasegal dejó una idea inquietante: “Comenzó la invasión a la Tierra”.

S.C.

Emblemas, historias y joyitas poco conocidas de Puerto Madero

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(CABA) El sol pega en el agua como un látigo. El viento suave dibuja ondas sobre el río. Olas, olitas ligeras, entre centelleos fugaces. Cuesta dejar de mirarlas. Pero en Puerto Madero también se ven otros cuadros.
Son composiciones nuevas, como el barrio. Un barrio que renació en los años ‘90, marcado por el lujo y el poder, y se transformó con oficinistas, estudiantes, vecinos en rollers y turistas, sobre todo, los fines de semana. Un barrio joven.

Pero no puede haber novedades sin historia. Así que es cuestión de prestar atención a ambas.
Al empedrado y a las (cada vez más) torres espejadas.

A los docks de ladrillo rojizo, huellas de “Argentina, granero del mundo” del 1900, ya renacidos como restoranes, drugstores, negocios y viviendas.

Con la Fragata Sarmiento (1897) el ejercicio es más fácil. Conectó y conecta lugares y tiempos, experiencias. Dio 37 vueltas al mundo. Y se cuenta que en 1906 Angel Villoldo entregó mil copias de La Morocha a su tripulación y el tango llegó a Estados Unidos, Europa y Japón.

Claro que uno no va a perderse ésos y otros íconos del barrio. El puente de la Mujer (2001), del valenciano Santiago Calatrava, con sus rectas y algunas curvas puestas a representar a una pareja bailando el 2×4. O la sede de la Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat, su corona de vidrio y sus cuadros de Turner, Berni y Warhol.

Pero tampoco debería perderse “la casita” modernista que el arquitecto húngaro Andrés Kalnay –quien diseñó la ex Cervecería Munich en 1927– construyó en esos años en la actual Azucena Villaflor 770. Allí donde funcionó la Cruz Roja y luego, tras años de abandono, fue cedida a una entidad judía que la restauró como templo y espacio comunitario.

Uno no debería perderse ni emblemas, ni historias ni joyitas poco conocidas, como ésa. Pero menos debería perderse al río. El río que sigue ahí, viejo y cambiando. Ahora que en vez de la espalda le damos la cara, se convirtió en una especie de acompañante “fijo” en los paseos, un hechizo que siempre está ahí, ondulando.

Dato: En el Pabellón de Bellas Artes de la Uca, ubicado en Alicia Moreau de Justo al 1300, exhiben la muestra Paisaje Americano, de Leonel Luna, sobre el arte frente a la “iconografía turística”. Hasta el domingo.

Posible recorrido:

1) Graneros del mundo. Los 16 docks originales fueron hechos entre 1900-5 por la empresa inglesa Wayss & Freytag para almacenar semillas de exportación. Pero tras la inauguración del Puerto Nuevo en 1919, la zona empezó a decaer. Recién en los ‘90 comenzó la recuperación: reciclaron estas construcciones con ladrillo a la vista y hierro. A lo largo de Alicia Moreau de Justo.

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2) Museo flotante. La Fragata Sarmiento, botada en 1897, fue la innovación de la época. La construyó el astrillero Laird Brothers, de Liverpool, Inglaterra. La construyó segura, ágil y poderosa. Mide 85,5 metros de eslora (largo) y 13,32 metros de manga (ancho), y tiene un calado promedio de más de 5 metros.
Pero se destacó en aquellos años porque al casco acero lo blindaron con madera y cobre; porque pesaba 2.800 toneladas con la carga completa, así que no fallaba en movilidad, y porque además de tres palos con velas, tenía motor a vapor, uno de de 1.800 caballos de fuerza.

Para combatir, la habían equipado con seis cañones, dos ametralladoras y tres tubos lanzatorpedos. Pero no los usó. Tuvo otros destinos. Entre 1889 y 1938, hizo 37 viajes alrededor del mundo y después se convirtió en un buque escuela. En 1962 fue declarada Monumento Histórico Nacional. Un museo de viajes y misiones oficiales. La Fragata Sarmiento representó a Argentina en la coronación de Eduardo VII de Reino Unido, en 1902; los festejos del Centenario de la Independencia de México, en 1910; la apertura del Canal de Panamá, en 1914; y la inauguración de la estatua del general San Martín en Boulogne Sur Mer, Francia, en 1909, entre otros acontecimientos.

Está en el Dique 3 de Puerto Madero, donde puede visitarse todos los días. Más información en su página web.

Dato: Mirá bien la proa. El mascarón tiene la efigie de la República Argentina.

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3) Amores pesados. Hace 5 años que los candados con corazones, leyendas (“Todo es poco”, por ejemplo) en distintos idiomas o sólo los nombres de enamorados aparecen en el Puente de la Mujer (2001), cerca de una imagen de la virgen. Romántico para algunos. Pintoresco para otros. Y, en cantidad, peligroso para todos. En un mes sacaron 10 kilos distribuidos en 20 metros o dañarían las barandas. En el Dique 3, frente a la Fragata Sarmiento.

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4) De Colección. La sede de la de arte de Amalia Lacroze de Fortabat abrió en 2008. Fue diseñada por el arquitecto uruguayo Rafael Viñoly, con un techo curvo de cristal y parasoles que permiten regular la luz natural y que se convirtieron en uno de sus sellos. Actualmente se exhiben unas 180 obras, de grandes artistas locales, como Antonio Berni, e internacionales, entre ellos, Pieter Brueghel II, maestro flamenco de la fantasía “infernal” del XVII; el inglés Turner, genio de la luz del siglo XIX; Dalí, y Warhol. Además, la institución expone muestras temporales. Desde el 20 se podrá visitar Ojo, con obra reciente y de antología de Marcia Schvartz (Buenos Aires, 1955). En Olga Cossettini 141. Más información en su página web.

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5) “Pasionaria”. Así, como suele llamarse a una flor silvestre, se titula esta obra de Marcela Cabutti (La Plata, 1967), que ganó en 2009 el Premio Arnet a Cielo Abierto, entre 100 trabajos locales y del exterior. La pieza es de acero. Mide 3 metros y pesa de 1,5 toneladas. “Algunos recordarán la leyenda de Anahí, otros inventarán la historia de un gigante enamorado (…) o imaginarán que bajo los edificios hay naturaleza desatada, dispuesta a emerger de la forma que sea”, comentó su creadora. Está en Pierina Dealessi y Mariquita Sánchez de Thompson, Dique 4. NR

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¿Cuáles son las mentiras detrás del Descubrimiento de América?

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(CABA) Cristóbal Colón no descubrió América. Se descubre algo que es virgen, no un continente que estaba poblado por millones de personas, con culturas de élite y un desarrollo muchas veces superior al europeo.

Colón no llegó a América el 12 de octubre. En esa época no existía el calendario Gregoriano actual sino que se usaba el Juliano, que fue suprimido por el Papa Gregorio en 1582, borrando diez días. Por lo tanto, Colón vio tierras americanas un 20 o 21 de octubre.

¿Cuántas veces te hablaron en el colegio de las Tres Carabelas? Colón no viajó con tres carabelas, sino con dos carabelas y una Nao. Las nao tenían castillo de proa y las carabelas no.

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Sin repetir y sin soplar ¿cómo se llamaban las naves? Y seguro decís La Pinta, La Niña y La Santa María. Se conoce el nombre real de dos de ellas. La Niña en realidad se llamaba Santa Clara y la Santa María en realidad se denominaba María Galante. En esa época las naves eran bendecidas y se botaban al mar llevando el nombre de santas. De la nave que no se sabe su denominación es de La Pinta, pero de ninguna manera ése era su nombre.

Dicen que Colón quería probar que la Tierra era redonda. Ya 1.200 años antes de su viaje los matemáticos griegos ya habían señalado que la Tierra era redonda, no plana. Incluso el griego Claudio Ptolomeo escribió el Almagesto (en el siglo II), un tratado que describía la esfericidad de la Tierra. Y todos los científicos y estudiosos europeos conocían eso en los tiempos de Colón.

En 1492 habría ciudades en América que eran superiores en todo a muchas de Europa. Especialmente en tamaño, cultura, arquitectura, uso de la agricultura y hasta explotación de rutas comerciales. El nuevo continente estaba habitado desde hacía miles de años. Además, Cristóbal Colón moriría creyendo que sus viajes habían sido a Asia.

Don Cristóbal era un ladrón de guante blanco. Es que los Reyes Católicos habían prometido una recompensa de 10.000 maravedíes al primero que avistase tierra. Y ese fue el marinero Rodrigo de Triana que ni se llamaba Rodrigo ni era de Triana. Su verdadero nombre era Juan Rodríguez Bermejo, y era natural de Lepe (Huelva). Lo cierto es que fue él quien primero vio tierra, pero el mentiroso de Colón no le dio la recompensa argumentado que fue él quien la había divisado la noche anterior en forma de luces. El que embolsó la suma fue Colón y Rodrigo de Triana, que estuvo a punto de ser millonario, se sintió estafado. Renegó de la fe católica y se fue a vivir al África navegando como pirata.

Colón no fue el primer europeo en pisar América. Unos 500 años antes un grupo de vikingos comandados por Leif Ericson había llegado a las costas de Norte América.

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Cristóbal Colón murió pobre. La última gran mentira. Colón murió a los 54 años, en 1506, viviendo una vida de jeque. Su última residencia fue un lujoso departamento en Valladolid, Corona de Castilla. NT

Monumentos olvidados en la Ciudad

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(CABA) Esta nota iba a empezar diciendo que semejante pieza, es decir, el grupo de esculturas Monumento a España de la Costanera Sur, no lo apabullara, lector.

Que en el pedestal del centro de ese escenario de granito rojo sobre el que el argentino Arturo Dresco (1875-1961) dispuso 29 figuras de bronce había que buscar una de las representaciones de Colón “olvidadas” en Capital.

Representaciones “Olvidadas”, en medio de las polémicas por el desmantelamiento de la gran obra que estaba detrás de la Casa Rosada, esa pieza más que centenaria que la ex presidente Cristina Fernández mandó a mudar para emplazar una de Juana Azurduy, y que hace dos años espera que vuelvan a ponerla de pie.

Pero no pudo ser.

El Colón de Dresco desapareció junto con la imagen de la reina Isabel, frente a la cual estaba arrodillado, en España al 2200. “Lo vandalizaron y debió ser trasladado a los talleres de Monumentos y Obras de Arte (MOA) para restaurarlo”, informaron fuentes oficiales de Ciudad y de Nación.

No fue la primera vez. Ya en 2014 este diario publicó notas sobre el tema.

 

Pero aparte de esa obra imponente y de la magnífica de la discordia –que el florentino Arnaldo Zocchi creó para que la comunidad italiana donara a Buenos Aires para el primer Centenario de la Revolución de Mayo, la de 26 metros, más de 623 mil kilos, que ahora espera y espera desmantelada en Aeroparque–, hay al menos otras cuatro. Variadas.

La figura de Colón ayuda a trazar lazos entre las dos grandes comunidades de inmigrantes más importantes de fines del sglo XIX y comienzos del XX: la española y la italiana”, dice el historiador Lazzari.

Aunque para algunos investigadores el primer monumento a Colón fue privado –del genovés Agustín Pedemonte, quien lo mandó a hacer para el jardín de su quinta en la actual localidad de Bernal en 1898, donde estuvo hasta que lo pusieron en un espacio público en los ‘20–, en Liniers hay, por ejemplo, una obra fantástica, literalmente alada, de María Josefa Aguirre de Vasilicós que, según otros expertos, sería de la misma época y habría sido diseñada para decorar el Teatro Colón.

Joyita.  La esculpió María J. Aguirre de Vasilicós y está en la plaza Irigoyen, de Liniers./ Juano Tesone

Joyita. La esculpió María J. Aguirre de Vasilicós y está en la plaza Irigoyen, de Liniers./ Juano Tesone

Además, existen otras en el techo de una Basílica de Monserrat, sobre el portal de otra iglesia en Caballito y en 9 de Julio y Santa Fe. Deténgase un día en medio del vértigo y vea sus rasgos abstractos y embravecidos a la vez.

“Existen dos factores clave que explican estos homenajes a Colón en la Ciudad”, explica el historiador Eduardo Lazzari mientras apunta en un mapa virtual algunas ubicaciones.

“El restablecimiento de las relaciones ‘amables’ con España a comienzos del siglo XX, tras las guerras de la independencia y posteriores”, precisa Lazzari. De ahí que España regalara el Monumento a los Españoles(Libertador y Sarmiento) para el Centenario de la Revolución de Mayo y Argentina encargara la obra a Dresco para agradecerlo.

El restablecimiento de las relaciones ‘amables’ con España a comienzos del siglo XX, fue clave para que surgieran este tipo de representaciones”, indica Lazzari.

“Y el hecho -agrega Lazzari- de que Colón ayuda a trazar lazos entre las dos grandes comunidades de inmigrantes más importantes de aquellos años: la española y la italiana”.

Así lo muestran todas las piezas de esta nota. Vea.

Las obras:

1) Zoom. En el techo de la Basílica de San Francisco (Alsina 380), el austríaco Antonio Voegele esculpió en 1910 al Dante, autor de laDivina Comedia con un libro; al gran pintor Giotto, con una paleta, y Colón, arrodillado, con una bandera. “Laicos de la tercera orden franciscana”, dice el historiador Eduardo Lazzari. En 2007, cuando restauraban la cabeza del Dante encontraron una “cápsula del tiempo” adentro: una caja con diarios, monedas y una carta en la que Voegele contó quiénes trabajaron, el costo ($ 1.500 cada estatua) y la encomendó a dios y al santo.

Cumbre. En el techo de la Basílica de Dan Francisco, en Alsina y Defensa, están en santo, Dante, el pintor Giotto y Colón, arrodillado. / Juano Tesone

Cumbre. En el techo de la Basílica de Dan Francisco, en Alsina y Defensa, están en santo, Dante, el pintor Giotto y Colón, arrodillado. / Juano Tesone

Laicos en capilla. El grupo de obras que muestra a San Francisco, en la Basílica que lleva su nombre, rodeado de Dante Alighieri (izquierda), el pintor Giotto (derecha) y Colón. Está en Alsina y Defensa. / Juano Tesone

Laicos en capilla. El grupo de obras que muestra a San Francisco, en la Basílica que lleva su nombre, rodeado de Dante Alighieri (izquierda), el pintor Giotto (derecha) y Colón. Está en Alsina y Defensa. / Juano Tesone

2) Vandalismo. En este hueco estaba la figura de Colón arrodillado ante la reina Isabel de Castilla. Pero ésas y otras de las 29 piezas de A España (España 2200, Costanera Sur), obra del argentino Arturo Dresco inaugurada en 1936, fueron vandalizadas. Faltaban brazos, piernas, espadas. En la Comisión Nacional de Monumentos indicaron que ya están en el taller de Monumentos y Obras de Arte (MOA) porteño en reparación. “La zona donde se ubica, al ser poco frecuentada, vuelve vulnerable a esta obra magnífica”, agregaron.

Sin Colón. La escultura que lo representa en la mega obra de Drusco y la que muestra a la reina Isabel de Castilla fueron vandalizadas y tuvieron que ser llevadas a restaurar. / Juano Tesone

Sin Colón. La escultura que lo representa en la mega obra de Drusco y la que muestra a la reina Isabel de Castilla fueron vandalizadas y tuvieron que ser llevadas a restaurar. / Juano Tesone

3) ¿Colón para el Colón? La vista, el horizonte y la victoria, alada, que muestra un rumbo, el rumbo. El genio de Colón señalando su ruta en el océano fue hecha por la argentina María J. Aguirre de Vasilicós a fin del XIX. Según Nicolás Gutiérrez, autor de Mármol y Bronce. Esculturas de la Ciudad (Olmos, 2015), la pensó para el Teatro Colón. Pero la obra tuvo otro destino. “En 1921 la pusieron en Plaza Irigoyen, Liniers”, indicó Nélida Pareja, presidente de la Junta Histórica de Buenos Aires y de la de ese barrio.

Vista general. De la obra de la escultora  María J. Aguirre de Vasilicós, que está en Liniers. / Juano Tesone

Vista general. De la obra de la escultora María J. Aguirre de Vasilicós, que está en Liniers. / Juano Tesone

4) Otra mirada del este. Lo donaron de Italia y mira al este, como el gran monumento desarmado y mudado. Colón en las Américas fue hecho por el italiano Ugo Attardi en el ‘92. Esta figura de Colón lleva la cruz como una espada. Parece una fiera en la tempestad. ¿Heroico? ¿Enloquecido? Una curva atraviesa la obra y en cada punta tiene una máscara: son símbolos de América y Europa. “Homenajea la epopeya de un visionario y el escarnio por siglos de ultraje a los pueblos originarios”, dijo su autor. En la plazoleta de 9 de Julio y Santa Fe.

Panorámica. De la obra, de líneas netas y rasgos furiosos, que está en 9 de Julio a la altura de Santa Fe. / Juano Tesone

Panorámica. De la obra, de líneas netas y rasgos furiosos, que está en 9 de Julio a la altura de Santa Fe. / Juano Tesone

La cruz como espada. En la representación de Colón que hizo Attardi en 1992. / Juano Tesone

La cruz como espada. En la representación de Colón que hizo Attardi en 1992. / Juano Tesone

Detalle. Una de las máscaras que está en el arco de la escultura de 9 de Julio y Santa Fe. / Juano Tesone

Detalle. Una de las máscaras que está en el arco de la escultura de 9 de Julio y Santa Fe. / Juano Tesone

5) Zoom II. Esta obra está en el portal de la Basílica de estilo neogótico Nuestra Señora de los Buenos Aires (Gaona y Espinosa, Caballito), construida en 1911-32 y restaurada en los ‘90. La rodean las imágenes de Pedro de Mendoza, Solís y Garay. Un joyita escondida en ese templo, neogótico, contruido entra las décadas de 1910 y 1930.

Nuestra Señora de los Buenos Aires. En Gaona y Espinoza, Caballito, "esconde" una figura de Colón. / Alfredo Martinez
Arriba izquierda. Ahí hay que hacer zoom para ver a Colón en el templo de Caballito. Lo rodean Solís, Garay y Mendoza. / Alfredo Martínez

S.C.

8 trucos de fotógrafos revelados

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(CABA) La fotografía es el arte de contar historias con imágenes, sin palabras de por medio, transmitiendo los sentimientos del momento capturado. Pero muchas veces, algunas de ellas no son ciertas.

Los fotógrafos pudieron agrandar sus técnicas a partir de la era digital, pero desde el daguerrotipo hasta la fotografía analógica, los profesionales tienen en su bolso un sinfín de trucos ¿de magia? A continuación, revelamos 8 de los más espectaculares:

Utilizar miniaturas antiguas para crear fotografías de época

¿Fotografía de boda en la orilla de un lago? No, un charco será más que suficiente

Reflejos acuáticos

Dos enamorados dentro de una gota

Escenas surrealistas, mejor en pequeñito

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Levitación

Ramo de flores y agua

Tremendo tornado

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S.C.

La historia de Adrianita, la santita que curaba enfermos en Florencio Varela

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(PBA) Un santo es alguien elegido por Dios. Y un milagro es un hecho no explicable por las leyes naturales. Para miles de personas que la veneran, una chica de 11 años, que murió en 1969, es una santa que realiza milagros.

Es Adrianita Taddey, que tuvo una vida de sufrimientos rodeada de misterio. Nació el 4 de noviembre de 1957 en Florencio Varela. Familia de clase media con profundo sentido religioso, que traían de sus ancestros checoslovacos. Su mamá, Antonia, contó que un día, estando en el comedor, escuchó la voz de una nena que desde la cocina le decía: “Mamá, mamá”.

Desesperada fue a ver a su médico de cabecera y le preguntó si necesitaba pedir un turno con un psiquiatra. Después de algunos análisis, el galeno le dio la respuesta: estaba embarazada. De ella. De Adrianita. Años después reconocería que aquella voz que escuchó estando embarazada era la voz de Adrianita.

Cuando nació, Antonia, antes de anotarla en el Registro Civil, le dijo a su marido: “No le pongamos el nombre de la santa del día. Ella hará santo su nombre”. Era costumbre en esa época que los padres se fijaran en el santoral del día y muchos pobres infantes, por el azar del calendario, cargaron sobre sus espaldas con nombres como Pantaleón, Mequiades, Marciana o Cesarina.

En las Pascuas de 1961, Adrianita, que tenía tres y años y medio, se sintió mal. La llevaron a una clínica barrial de Villa Vatteone y un médico le aplicó una inyección. La nena se puso morada y para todos los presentes había muerto. Increíblemente despertó, pero mal. Estaba parapléjica.

Fue el comienzo de su calvario y al mismo tiempo de sus milagros. La trasladaron al Hospital de Niños de la Capital, donde estuvo 56 días internada. Los doctores no le dieron esperanzas. Pero una noche, de repente, todo cambió.

Su madre llegó una mañana al hospital y la vio rozagante. Adrianita le contó: “A la noche vino a buscarme una señora alta, con vestido largo y el pelo también largo, y una cara muy linda. La rodeaba una luz. Dijo que era la Virgen María y me llevó a pasear al parque donde hay un gato grande. Dijo también que va a estar siempre a mi lado cuidándome”. Los padres de Adrianita fueron al jardín del hospital y encontraron que un gato muy grande vivía allí. La nena nunca lo había visto antes de contar su historia.

Otro día, al llegar su mamá nuevamente al hospital para pasar el día con ella, se encontró con que Adrianita estaba llorando. Cuando su mamá le preguntó el motivo, la nena le dijo: “Se murió Cachito”. Era su perro.
Antonia le dijo que se quedara tranquila, que al salir de casa dos horas atrás, Cachito estaba perfecto y la saludó moviéndole la cola. Al volver la señora a Florencio Varela, a la noche, encontró a Cachito muerto en la cocina.

Su mamá decidió entonces llevar un puñado de medallas de la Virgen Milagrosa y las puso bajo la almohada de Adrianita. Cada vez que en la sala había un chico gravemente enfermo la nena pedía que sacaran una de las medallitas y la pusieran bajo la almohada del chico. Que se curaba milagrosamente.

Los médicos empezaron a llamarla la Santita de Varela. Adrianita se recuperó milagrosamente y volvió a su casa. Gracias a un raro medicamento traído de Rusia, la Flor de las Nieves (no estaba aprobado y fue experimentado sobre ella), volvió a caminar. Y empezó a llegar gente a su casa, para que Adrianita curara sus enfermedades. Era un largo peregrinar de desesperados que se iban sanados de sus males.

En el colegio, Adrianita fue una excelente alumna con doble tarea: estudiar y sanar a los demás. Hasta que le tocó el turno para aplicarse la vacuna triple. Su dosis estaba fallada. A las 4 de la mañana del domingo 4 de mayo de 1969, falleció. Su mito se agigantó.

A la misma hora de su muerte, en el cielo de Florencio Varela, y durante dos horas, se formó un corazón luminoso atravesado por una flecha. Las imágenes fueron publicadas en un diario de la ciudad. Nunca hubo una explicación científica para tal hecho.

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Todos en su familia recordaban que Adrianita recortaba fotos de las revistas y las pegaba en cuadernos. Días antes de su muerte había recortado la foto de un auto negro. Y escribió: “Con este auto van a ir a una gran fiesta”. En 1984 la familia Taddey fue invitada a una fiesta en el Sheraton. El auto que los vino a buscar era un Ford Fairlane negro. El mismo auto que había recortado Adrianita.

Desde hace 47 años son miles los que pasan anualmente por su bóveda. Son tantas las flores que le dejan que las mismas deben ser removidas una vez al día. Las placas de agradecimiento ya cubren todo el frente de la bóveda. Son de aquellos que pidieron un milagro y les fue otorgado.

La fe es un sentimiento irracional que alguien produce en los demás. Adrianita sonríe desde una foto en el interior de su bóveda. La gente la llama Santita. Fe de pueblo le dicen. NR

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El Barrio Parque Los Andes, la primera casa colectiva que hoy es un lujo

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Escribe Gustavo Londeix

(CABA) Mi vieja siempre me hablaba de la calidad de vida en sus tiempos. Decía que uno era pobre, pero no como los pobres de hoy. En el fondo yo creía que estaba enojada con el siglo XXI. O que era fantasiosa recordando tiempos idos. Pero la Casa Colectiva Barrio Parque Los Andes es un ejemplo de la Argentina que fue y hoy ya no existe.

En 1924 pululaban los conventillos en la ciudad y se promulgó una ley llamada de Casas Baratas. Viviendas para obreros. Se pensó levantar tres barrios que se llamarían Alfa, Beta y Gama, y estarían ubicados en Chacarita, Flores Sur y Palermo. El de Flores Sur se levantaría en Castañón y Balbastro, y el de Palermo en Dorrego y Luis María Campos.

El llamado para presentación de propuestas recibió 43 proyectos y el 31 de enero de 1926 se adjudicó el trabajo al arquitecto Fermín Bereterebide, que también fue encargado de dirigir las obras del barrio Alfa.
Tipo particular el arquitecto. Nacido en Rosario en 1895 y socialista de pura cepa, era reconocido como un genio. Como antecedente traía la construcción del Instituto Pasteur y un barrio popular en Flores. En 16 meses, sobre un terreno de 13.188 m2, levantó el Barrio Los Andes, la primera casa colectiva de la ciudad.

Fue inaugurado el 6 de octubre de 1928 y el rosarino no gastó más de un centavo de los 1.878.580 pesos que le entregaron. Y realizó una joya arquitectónica. La casa colectiva debía albergar 200 adultos y 400 niños. En total son 17 cuerpos de cuatro plantas con 157 departamentos. Cada uno tiene entre 3 y 7 habitaciones.

Y privilegió el verde: es el 63% de la superficie. Al descubrir los materiales usados en la construcción, supe que mi vieja no era fantasiosa ni estaba peleada con el nuevo siglo. Los pobres no eran los pobres de hoy. Las puertas de los departamentos son de madera maciza de roble, los pisos de pinotea traída de Canadá, y las baldosas y los herrajes fueron importadas de Francia. Y como si fuera poco, las escaleras son de mármol de Carrara. Esa era una casa para pobres en los años ’30.

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Hubo un problema. Cuando se inauguró, nadie quiso ir a vivir allí. Por varios motivos. Uno, la obra estaba pegada al arroyo Maldonado, que inundaba el barrio. Dos, enfrente estaba la quema, visitada por cientos de carros tirados por caballos que depositaban a diario toneladas de basura. Y tres, el cementerio era lindero. Hasta entrados los años ’30 fue un barrio fantasma. Por eso los proyectos de viviendas similares, Beta y Gama, fueron desechados.

Hoy, el Barrio Parque Los Andes, la primera casa colectiva para pobres, es un lujo. El metro cuadrado cuesta 3.000 dólares. Sus 600 habitantes viven en un oasis verde y seguro. Y fue tan perfecta la construcción del arquitecto que cada cuerpo no produce conos de sombras sobre el edificio vecino. Nadie quiere vender su casa en el barrio, que ahora es cool.

El complejo incluso tiene un teatro para 150 personas, donde actuaron artistas como Francisco Canaro, Miguel Caló y Mercedes Simone. En los años 40 y 50 los conseguía traer gratuitamente un vecino, cuyo hermano era el pianista de Caló.

Y el barrio tiene una administración vecinal con presidente, vicepresidente y secretario, que trabajan ad honorem, igual que las comisiones también integradas por copropietarios. El gobierno se complementa con 17 delegados, uno por cada edificio.

Lástima el destino de su constructor. Como militante socialista se negó a darle la mano al Presidente Juan Domingo Perón, lo que le valió la expulsión de la Sociedad Central de Arquitectos en 1948 y su despido de la Municipalidad de Buenos Aires. En 1954 terminó en la cárcel por haber participado en un Congreso Pacifista en Viena. Murió en 1979 como un marginal.

Lo veían pasar por el barrio Los Andes vestido con un traje raído pero impecablemente limpio y planchado. Miraba las casas que construyó para los obreros. Nunca perdió lo que quiso darles a ellos en forma de casa: dignidad. Mi vieja tenía razón. Éramos pobres. Pero no como los pobres de hoy… NR

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Fuente: Muy


Conocé la miniciudad dentro del famoso Edifico Libertador

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(CABA) Miles de porteños transitan a diario frente al Edificio Libertador, situado a metros de la Casa Rosada. Pocos saben que sus muros de hormigón esconden una pequeña ciudad en la que ingresan a diario más de 5000 personas, entre visitantes y empleados. Cuenta con peluquería, capilla, sastrería, talabartería, banco, cerrajería, servicio médico y farmacia propios que abastecen a quienes trabajan en el lugar, símbolo del poder militar de décadas pasadas y escenario de algunos episodios armados del país.

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Inaugurado en 1943, concentra las sedes del Ministerio de Defensa, del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas y del Estado Mayor General del Ejército. Por su tamaño, 82.625 m2 cubiertos, es considerado uno de los edificios públicos más grandes de la Argentina. Lo componen dos gigantes bloques de 18 pisos y tres subsuelos cada uno, unidos por dos patios internos que le brindan aire y luz. Lo rodea la plaza de armas, delimitada por Paseo Colón, La Rábida Sur, Huergo y Moreno.

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“El Edificio Libertador funciona como una ciudad en sí misma. La gente pasa largas jornadas de trabajo aquí adentro, a veces desde las 7 hasta las 21. Por eso, se les ofrece una serie de servicios, desde un banco hasta una farmacia. También contamos con dos comedores donde almorzamos y en los que a diario se sirven 2500 raciones de alimentos”, explicó  Sebastián Katz, director nacional de Gestión Cultural del Ministerio de Defensa.

Del total de la superficie cubierta, unos 50.000 m2 están destinados a oficinas y más de 3500 m2, a cocinas y sanitarios. El inmueble posee unas 1000 ventanas desde las que se observan Puerto Madero, el Río de la Plata y gran parte de Buenos Aires. En la planta baja funciona la Biblioteca Central del Ejército, que cuenta con más de 60.000 volúmenes sobre temática bélica. Entre las obras más valiosas, figuran las Memorias de Guerra de la Marina de fines del siglo XIX y una colección de antiguos reglamentos militares.

Si bien la mayoría de los salones son austeros, se destaca el hall de entrada, decorado con dos enormes murales del pintor entrerriano Cesáreo Bernaldo de Quirós, ejecutados por el artista a fines de los 40 y principios de los 50: Las armas del Ejército y Los símbolos del Ejército.

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En el primer piso se ubican los salones San Martín, donde se realizan la mayor parte de los actos oficiales, y General Martín de Güemes. Según explicó el teniente coronel Carlos Freites, jefe de ceremonial, “tanto el edificio como los diferentes recintos están en muy buen estado gracias a un sistema organizado de mantenimiento permanente. Casi todo es original, de época, desde los herrajes hasta los mármoles y las maderas”.

La construcción, destinada a ser Ministerio de Guerra, comenzó en 1936. Fue proyectada por el arquitecto Carlos Pibernat “cuando comienzan las dictaduras, el estalinismo y el fascismo en Europa. Las obras públicas eran poco hospitalarias, usadas básicamente como oficinas y despachos. De ahí que sea un edificio con poco valor estético y de una arquitectura trasnochada para nuestra época”, explicó el profesor de arquitectura de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UBA Gustavo Brandariz.

Para Fabio Grementieri, de la Comisión Nacional de Monumentos, el estilo se corresponde al final de la saga de la arquitectura francesa en la Argentina. “Vemos la última versión, la más planchada, la más monumental, heredera de la arquitectura del Palacio de Tribunales. Es uno de los grandes últimos edificios del clasicismo porteño”. Lo demuestran el remate de mansarda de pizarra importada que cubre los tres pisos superiores, las fachadas en forma de sillería, los pisos de doble altura y el revestimiento de cemento, mármol y arena calcárea.

Desde su inauguración contó con ascensores y sistemas de comunicación de la firma alemana Siemens, un sistema de seguridad y un túnel subterráneo que lo conectaba a la cercana Casa Rosada. Recibió el nombre de Edificio Libertador en 1950, centenario del fallecimiento de José de San Martín.

Entre los hechos históricos de los que fue escenario, se destaca el bombardeo a la Plaza de Mayo del 16 de junio de 1955, cuando, según algunos historiadores, el entonces presidente Juan Perón salvó su vida al resguardarse en el Ministerio de Guerra. NT

 

Aseguran que el Italpark fue destruido por una maldición

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(CABA) Luis Zanón llegó a Sudámerica en 1948, proveniente del Véneto. Quería reconstruir en estos pagos la fábrica de juegos mecánicos Frattelli Zanon, demolida por la Segunda Guerra Mundial en su país.

En 1950 levantaron el Parque Rodó en Montevideo. Y en 1960 encontraron en Buenos Aires el lugar ideal para armar el parque de juegos más grande de Sudámerica. En el cruce de las avenidas Callao y del Libertador, sobre 4500 metros cuadrados, quedó inaugurado el lugar donde los sueños de miles de pibes se cumplieron. Allí se levantó el Italpark.

Al Italpark iban 10.000 personas por día y en vacaciones de invierno las colas para ingresar eran monumentales. Sus 35 juegos incluían, entre otros, dos montañas rusas (una era la más alta de la región), tiro al blanco con la escenografía de Bonanza, teleférico, juego de las tazas, autitos chocadores, los autódromos Autos Sprint y Súper Monza, Dumbo y el Tren fantasma.

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Un paraíso de diversión donde nacieron amores juveniles, rateadas históricas y paseos inolvidables con los viejos. Pero la maldición les envió anuncios, uno detrás de otro.

El 27 de mayo de 1978 un incendio destruyó el Tren Fantasma sin saberse jamás los motivos que lo originaron. En agosto de 1989 otro siniestro se llevó la pista Súper Monza. Dos meses después, el fuego devoró el Laberinto del Terror. En 1990 llegó el final. La tarde del 29 de julio, uno de los carros del MatterHorn, inaugurado en 1983, se desprendió. Mató a Roxana Celia Alaimo y causó graves heridas a su amiga, Karina Benítez. El juego nunca había tenido una revisión técnica.

El Italpark cerró. Y la maldición continuó. Una parte de sus juegos está en el Argenpark de Luján, que es una réplica del Italpark. Allí están el Súper 8 Volante, Showboat, Samba, Torpedo, Twister y Súper Monza. El hombre que los arregló y colocó fue Rodolfo Herrender. Años atrás cayó al vacío tras ser golpeado por un coche de la montaña rusa, mientras colocaba una nueva cámara fotográfica. Y murió.

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Otra parte importante de los juegos está en el parque Beto Carrero World, en Penha, Brasil. Allí también hubo desgracias continuadas. Pocos sabían que la maldición tenía un origen.

 

En 1904 llegó a la Argentina el renombrado arquitecto suizo Alfredo Zücker. Su currículum era fantástico. En Estados Unidos construyó la catedral de San Patricio, el Guilliard Building, el Majestic Hotel, el Harlem Casino y el Opera House de Meridian. En estos pagos levantó el edificio de la Empresa Villalonga (en Balcarce y Moreno); uno de los primeros rascacielos de la ciudad, el Plaza Hotel, de 60 metros de altura; el ya demolido Avenida Palace Hotel; el Gran Hotel Casino, en Vértiz y Pampa, y un lugar muy especial: el Parque Japonés, entonces el parque de diversiones más grande de Sudámerica, sobre los mismos terrenos donde se elevaría el Italpark casi 50 años después. El antiguo Parque Japonés fue devorado por las llamas.

El 3 de febrero de 1911 se inauguró con una inversión de dos millones de pesos, unos tres millones de dólares actuales. En los primeros seis días asistieron 150.000 personas y el precio de la entrada pasó de 50 centavos a un peso. Miembros de la alta sociedad, que habitaban la zona, se horrorizaron con la invasión del pueblo. Consiguieron contratar a una bruja que tras una buena paga les aseguró que había maldecido el lugar y que todo lo que allí se levantara no tendría vida.

Cuarenta días después que el maravilloso Parque Japonés abriera, a las 0.40 del viernes 13 de marzo, se produjo un incendio que no cobró víctimas. En el mediodía del 26 de diciembre de 1926 otro fuego lo destruyó por completo. Años más tarde, en el lugar, se realizó una feria popular italiana. En pleno mediodía se desató una imprevista tormenta eléctrica y un rayo mató a un turista brasileño. Cosa de bruja.

Pero la leyenda urbana dice que hay una chance para los enamorados del parque de diversiones que ya no existe. Primer paso, comprar por Internet una vieja ficha de entrada al Italpark. Es muy difícil encontrar vendedores, y si lo encuentra, la fichita no está menos de 2.000 pesos. Segundo paso. Dirigirse al lugar donde estaba el Italpark. Hoy es un enorme espacio verde. Pararse frente al lugar exacto donde estaba la puerta de ingreso al parque con la ficha en la mano. Mágicamente, ante sus ojos, aparecerá todo el parque iluminado, con los juegos en funcionamiento. La ficha le abrirá las puertas del Parque, pero el que entra, sólo tiene derecho a un juego. Si utiliza más de uno, las puertas se cierran y el ambicioso queda eternamente dentro del Italpark

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Si no se atreve a tanto, le queda otra chance. Hay un misterioso galpón 39 en Retiro donde se guardaron las reliquias del Italpark. Si alguien quiere ver una debe preguntar por el Perro Cervero, un empleado ferroviario que las custodia. Verlas, le costará unos suculentos pesos.

El Italpark está muerto. Pero sigue viviendo en sus juegos, en sus historias y en las leyendas urbanas. NT

Fuente: Muy

¿Cómo fue el día que casi matan a Sarmiento?

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(CABA) En la Argentina hay una amplia lista de presidentes constitucionales derrocados por alzamientos militares. También apoyados por civiles, esos hechos siempre terminaron produciendo muchos males para el país. Pero a pesar de eso, hay historiadores que se jactan de que aquí ningún mandatario fue asesinado mientras ejercía su cargo, como ocurrió en otros países, incluido Estados Unidos, al que se toma como ejemplo de democracia. Sin embargo las crónicas locales registran casos con intentos fallidos. El primero de esos casos involucró a uno de las máximas figuras de nuestra historia. Ocurrió el 23 de agosto de 1873 y para siempre la fecha quedó como el día que casi matan al presidente Domingo Faustino Sarmiento.

Por entonces, Sarmiento ya cumplía el quinto año de su mandato de seis. Y enfrentaba distintos conflictos y problemas que afectaban el desarrollo de esa gestión. Quizá el más grave era la histórica rebelión del entrerriano Ricardo López Jordán, un caudillo con fuerza política. Por su captura, el Presidente ofrecía una recompensa de 100.000 pesos. López Jordán no tenía buena prensa, algo que se acrecentó cuando ordenó el asesinato del gobernador Justo José de Urquiza y dos de sus hijos (Justo Carmelo y Waldino). El gobernador había hecho acuerdos con Sarmiento, después de la elección que ganó el sanjuanino. El crimen de Urquiza ocurrió en el Palacio San José, en la ciudad de Concepción del Uruguay. Los hijos fueron ultimados en Concordia. Dicen que en medio de ese clima surgió la idea de matar al Presidente. La investigación posterior tiene como protagonistas a los hermanos Francisco y Pedro Guerri, dos marineros italianos que estaban en Buenos Aires y sin trabajo. También aparecen Luis Casimir (se hacía llamar“Aníbal”) y Aquiles Segabrugo, a quien conocían como “El austríaco”, aunque había nacido en Milán 38 años antes. Detrás de ellos se supo que estaba la figura de Carlos Querencio, un hombre vinculado a Jordán, quien había prometido un pago de 10.000 pesos si asesinaban a Sarmiento.

En la noche de aquel 23 de agosto, los hermanos Guerri se apostaron en la esquina de las actuales Maipú y avenida Corrientes. Debían esperar la señal que les haría “Aníbal” para saber cuándo balear el carruaje en el que viajaba el Presidente. Sarmiento iba hacia la casa de Dalmacio Vélez Sarsfield (redactor del Código Civil; también ministro del Interior y amigo del sanjuanino) y no tenía ninguna custodia: sólo lo acompañaba el cochero. Los Guerri portaban dos trabucos de bronce y boca ancha. Además llevaban puñales por si los perdigones fallaban. La investigación determinó que las balas estaban impregnadas con poderosos venenos, igual que la punta de los cuchillos. Las crónicas de la época mencionan sulfato de estricnina, ácido prúsico y bicloruro de mercurio, tres potentes tóxicos.

Cuando el carruaje llegó a la esquina, los hermanos salieron de las sombras y dispararon contra la cabina. En un primer momento habían pensado en matar a los dos caballos que tiraban de la carroza y luego apuñalar al mandatario. Sin embargo cambiaron de idea. Algunos perdigones atravesaron la ventanilla y salieron por el otro lado. Pero allí ocurrió algo insólito: el trabuco que portaba Francisco Guerri estaba tan cargado que, al disparar, explotó y dañó severamente la mano del joven (tenía 22 años). Dicen que ante esto, “Aníbal” huyó. Pedro asistió a su hermano herido y se refugiaron en una casa. Pero el oficial Floro Latorre y otro agente de Policía, que estaban cerca, los vieron y los detuvieron. Al parecer Latorre tenía algún dato previo al atentado y por eso se había instalado en el lugar. “Aníbal” (Luis Casimir) fue apresado algunos días más tarde. Después supieron que “El austríaco” era Segabrugo y fueron a buscarlo a su casa en el barrio de Balvanera, pero ya había huido hacia el Uruguay. Policías que viajaron a Montevideo para detenerlo encontraron sus cosas en un hotel, pero el hombre no estaba.

Para completar esa historia llena de intrigas, los agentes se enteraron que Segabrugo había sido asesinado de tres balazos en una calle de la capital uruguaya. El crimen se lo atribuyeron a Carlos Querencio, quien nunca fue detenido. Con papeles y documentos que habían encontrado en la habitación del hotel, los policías se embarcaron hacia Buenos Aires. Pero un grupo de jordanistas se metió en el camarote antes de la zarpada y no sólo se llevaron las valijas: canjearon la vida del policía por silencio para siempre sobre lo que había visto y leído en esos documentos. El amenazado cumplió y por eso hubo cuestiones que nunca se aclararon.

El atentado falló, pero lo más sorprendente fue que Sarmiento recién se enteró de lo ocurrido cuando llegó a la casa de Vélez Sarsfield y el cochero, aún agitado por la mala experiencia vivida, contó todo sobre el ataque. El Presidente, por la avanzada sordera que lo aquejaba entonces, ni siquiera había escuchado las detonaciones de los disparos. Al otro día, hizo declaraciones sobre lo ocurrido. “Por suerte no sufrí daño corporal alguno, pero sí en mi espíritu”, dijo. Y agregó; “Hirieron la más alta investidura que puede ostentar un ciudadano de la República; se resquebrajó el respeto a la autoridad”. NT

Conocé la historia de “Los Angelitos”, la zapatería más antigua de Buenos Aires

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(CABA) En un pequeño local de Bonpland al 1800, en Palermo, hay una tienda de zapatos para hombres. Por estos días, su estilo “vintage” se camufla con el entorno de un barrio donde lo antiguo es un sello característico. Aunque en rigor de verdad, calzados Los Angelitos no ofrece una puesta en escena para encajar en el paisaje palermitano, sino todo lo contrario, porque con casi dos siglos de trayectoria, y 23 años en la zona, la zapatería más antigua de Buenos Aires no tiene que vender ninguna imagen. Basta reparar en su vidriera para descubrir que esos austeros metros cuadrados mantienen en pie 188 años de historia.

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Al cruzar la puerta se despierta el sentido del olfato con un olor cada vez menos apreciable en los comercios del rubro. “Acá se respira cuero”, sentencia Valerio Lagrotta, heredero de la marca que cambió de local seis veces y de dueño al menos unas tres, pero que nunca perdió su calidad artesanal. Su padre, Pedro Lagrotta, fue quien rescató a Los Angelitos del peligro de extinción, cuando en 1987 el dueño anterior bajó la persiana del mítico local de Florida al 527 por temas económicos. Allí habían atendido a celebridades como Tita Merello, Horacio Guarany y Luis Sandrini, personalidades como Jorge Luis Borges y Juan D´Arienzo y al mismísimo Juan Domingo Perón. Y aunque Lagrotta aún no era el dueño oficial de la marca, sí lo era de las creaciones que se vendían bajo ese nombre.

“Mi papá y su socio, Francisco Ferrara, comenzaron a fabricarle el calzado a Los Angelitos en 1951, un par de años después de llegar al país. Los dos venían con el oficio, mi viejo lo heredó de mi abuelo, que tenía un taller en su casa de Colobraro, provincia de Matera, en Italia. Compraron un terreno sobre El Salvador, acá en Palermo, y abrieron un taller y un pequeño local“, detalla Valerio. En la mano sostiene una bota de Tomás Manuel de Anchorena, que la familia donó a modo de legado.

Todo en ese reducido espacio que hoy ocupa la zapatería cuenta una historia: la regla para medir el pie que ahora adorna la vidriera, el mueble con estantes y rueditas que hace las veces de exhibidor, pero que originalmente se usó para trasladar los zapatos en pleno armado de un lado a otro del taller, el fichero de madera con centenares de registros de viejos clientes, y los sillones probadores con una plataforma para apoyar el pie. Algunos de esos objetos son tan antiguos que podrían haber formado parte del primer local, el que se fundó como almacén de ramos generales en 1828 y que atendía en Chacabuco y Alsina bajo el nombre de Los dos Angelitos. Entre esa locación y la actual hubo otras cuatro mudanzas y miles de zapatos vendidos, a veces de a 120 por día en las mejores épocas, según le contaba Pedro a su hijo. “Mi papá siempre quiso la marca, y cuando pudo comprarla logró que las creaciones de Lagrotta & Ferrara y Los Angelitos se volvieran una sola pieza”, explica el hombre que es pediatra de profesión y comerciante por tradición. Con los mismos zapateros que trabajaban con su papá, el calzado se sigue armando de forma artesanal, fabrican suelas de medio punto y también se dedican a la compostura. Todas costumbres que, por el costo y por la fabricación en masa, también están en peligro de extinción. NT

¿Por qué habría que poner una moneda en el freezer?

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Colocar una moneda en el freezer puede ser de gran utilidad

Un escritor busca por Twitter a la mujer con la que perdió su virginidad

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(CABA) Luciano Bellelli, escritor,  tuvo su primera relación sexual con Silvina. Era una noche de febrero y la pista de patinaje del Club de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires (GEBA) se había convertido en un boliche. Cuando la fiesta estaba por terminar, Luciano y Silvina se conocieron, se besaron en un banco y tuvieron relaciones en un quincho. Tenían la misma edad: 16 años. Aunque pasaron 25 años, este escritor y publicista espera encontrarla. Pidió ayuda en la red social

 

Bellelli publicó en Twitter una carta en la que relata el recuerdo aquella noche y pide a todo aquel que la conozca a Silvina que lo ayuden a encontrarla. NT

Increíble truco: cómo quitar el moho del lavarropas con productos caseros

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(CABA) Cuando se cuidan los electrodomésticos en el hogar, casi siempre se consigue aumentar en unos cuantos años su vida útil. Y es aún mejor cuando utilizamos productos naturales, que no son abrasivos ni costosos.

Muchas veces la goma que recubre el lavarropas, y que está en contacto constante con el agua, el jabón y la humedad, acumula moho y va tomando un color y olor desagradable que puede, además, trasladarse a la ropa.

Mirá cómo podés quitarlo de manera simple, sin utilizar productos químicos, cuidando tu salud, tu ropa y tu economía.

Materiales necesarios

  • 12 tazas de agua
  • 1/4 taza jugo de limón
  • 1 taza de agua oxigenada

Procedimiento

1. Mezclá los ingredientes. Colocalos en un recipiente con difusor.

2. Ponete unos guantes y, con un paño, limpiá con la preparación todo el moho que veas. Asegurate de revisar bien los pliegues.

3. Pasá un paño seco.

4. Vertí una taza de la preparación en el compartimento de detergente, y programá tu lavadora para ejecutar un ciclo con agua caliente para limpiar todo bien.

Tips para evitar la formación de moho

  • Hacé este truco cada varias semanas para mantener tu lavarropas siempre libre de moho.
  • Procurá que la puerta quede abierta después de los lavados para que no quede atrapada humedad en su interior.
  • Secá la goma después de lavar.
  • Sacá la ropa mojada después de lavar.
  • Si el moho es un problema común, probá cambiando el jabón que utilizás para lavar.

FUENTE: LA BIOGUIA

S.C.


Un mono se escapó del Ecoparque porteño y paseó por Palermo

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(CABA) Un mono se escapó del Ecoparque y anduvo revolucionando el barrio de Palermo. El animal, un ejemplar del género papión sagrado, fue recapturado luego de caminar por la vía pública y de subirse a los árboles de la zona.

La fuga del animal ocurrió “mientras el parque se encontraba cerrado y realizando maniobras de manejo para el bienestar animal”, explicó el Ministerio de Modernización, Innovación y Tecnología a través de un comunicado.

“El hecho se produjo durante una maniobra de alimentación en la cual el animal tuvo un comportamiento inesperado que sorprendió al cuidador y dio espacio a que escapara”, afirmaron.

El animal salió por la avenida Las Heras y caminó hasta un local de compostura de calzado del Pasaje Tupiza, a metros del exzoológico. Luego salió y se trepó a la copa de un árbol, desde donde cayó después de recibir dos dardos tranquilizantes.

“Fue recapturado a los pocos minutos por el equipo técnico del Ecoparque, que implementó el protocolo de seguridad correspondiente”, detallaron desde la cartera.

Finalmente, se informó que el animal fue colocado dentro de una jaula y permanece en su recinto, en buenas condiciones de salud.

S.C.

El edificio Kavanagh, un imponente monumento a la revancha

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(CABA) En aquel Buenos Aires de 1910 un amor se iniciaba. Era el de Corina Kavanagh, una de las mujeres más hermosas de la ciudad, y Aaron Félix Anchorena Castellanos, uno de los hombres más codiciados por su alcurnia. Ella tenía 21 años y él 33. Pura pasión. Nadie podía detenerlos.

O sí. Era otra mujer, pero no una tercera en discusión, sino la madre de Aarón, doña María Mercedes Castellanos de Anchorena, dueña de los destinos de una familia que vivía en un palacio que hoy es sede de la Cancillería, frente a Plaza San Martín. La mujer se negó a que ese romance continuara. No le importaba que su hijo fuera un burrero que dilapidaba el dinero a manos abiertas. Ella quería que su hijo buscara como esposa a una chica de la alta sociedad, como ellos.

Corina era millonaria pero no tenía sangre azul. Y la señora Anchorena prohibió que el amor se concretara en el altar. Su hijo, pollerudo, no la desafió y abandonó a Corina. La chica, en silencio, esperó su momento. Del amor al odio hay pocos pasos y la venganza le llegó servida en forma de ladrillos.

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Los Anchorena eran ultracatólicos. A tal punto de que el Vaticano le dio a la señora Castellanos de Anchorena el título de condesa pontificia y la condecoró con la Rosa de Oro, un honor que muy pocas veces se concede a un particular. La familia construyó en 1920 la Basílica del Santísimo Sacramento (calle San Martín 1039), que querían que fuera el sepulcro familiar. La vista desde el Palacio hacia a la Iglesia era única, pero justo enfrente al templo había un solar vacío.

Doña María Mercedes le hizo un pedido en su lecho de muerte a su hijo Aarón: que comprara el solar para construir el nuevo palacio Anchorena. La Basílica (donde descansan los restos de doña María Mercedes) quedaría entonces anexada a él.

Aarón tenía el dinero para comprar el terreno pero… lo perdió en el Hipódromo de Palermo. Corina se enteró. Vendió tres estancias que poseía en Venado Tuerto y compró el solar.

Quería poner algo gigante delante de la iglesia, para que ningún Anchorena pudiera verla desde su palacete. Y construyó un edificio de 120 metros de altura (hasta 1954 el más alto de Sudamérica), con un peso de 31.000 toneladas, con cañerías que suman 90 kilómetros, con una instalación eléctrica que podría abastecer a una ciudad de 80.000 habitantes, con un equipo refrigerante del acondicionador de aire general (el primero en el país) que podría producir hielo para una ciudad de 75.000 personas. Un edificio al cual le rinden culto sus habitantes actuales. No tienen que pagar impuestos municipales (como el ABL) ya que el edificio fue declarado por la Unesco, en 1999, Patrimonio Mundial de la Arquitectura de la Modernidad.

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Corina gastó 2.300.000 pesos en salarios para los obreros y el costo total de la obra, incluyendo el terreno, le insumió 3.416.824, unos 600.000.000 de pesos actuales. En 14 meses terminó su venganza.

El 3 de enero de 1936 se inauguró el primer rascacielos de la Argentina: el Kavanagh, en la calle Florida, frente a la Plaza San Martín. Corina se reservó el piso 14, de 700 metros cuadrados. En 1948, luego de disfrutar durante años su revancha, se lo vendió al banquero Henry Roberts. Pero se guardó un as en la manga.

Hoy, para mirar de frente a la Basílica del Santísimo Sacramento, sólo hay una posibilidad: pararse en un pasaje estrecho abierto tiempo después que se inaugurara el Kavanagh. Sí, acertó. El pasaje se llama Corina Kavanagh, y también pertenece al edificio. Para que algún Anchorena quiera ver su amada Basílica, necesita de Corina.

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Pero la revancha no sólo llegó en forma de billetera. También existió la revancha del corazón. Aarón Anchorena nunca se casó. Ni con una mujer de sangre azul ni con una plebeya. No se enamoró de ninguna, salvo de Corina.

Ella se casó tres veces: en 1912 con Guillermo Ham, luego con Guillermo Mainini y en 1938 con Gustavo Casares, tío de Adolfo Bioy Casares. El amor en su vida no faltó.

Allí está erguido e imponente el Kavanagh. El monumento a la revancha. Porque la venganza no sólo es un placer reservado a los dioses. NR

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Ushuaia, un pintoresco pasaje privado pero sin dueño en Núñez

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(CABA) Este curioso, bello y pintoresco pasaje de Núñez se llama Ushuaia y su nombre lo pusieron los vecinos. Está ubicado entre la actual calle 3 de Febrero al 2800 y las vías del Ferrocarril Mitre, ramal Tigre.

Su historia se remonta a los años setenta del siglo diecinueve, cuando el trazado del tren impidió el acceso a los propietarios cuyos frentes daban a las vías. Y tiene que ver con una necesidad urbana, ya que había que dar una solución a esos vecinos víctimas del progreso.

No sé si por propia voluntad o por la sugerencia de las autoridades, los dueños de los terrenos de la mitad de la cuadra -vereda oeste-, con frente a 3 de Febrero, cedieron una senda de aproximadamente cinco metros de ancho por cien de largo, con todas las características de una servidumbre de paso pero sin instrumentación documental.

A raíz de esta servidumbre de hecho, conservó su característica de pasaje privado hasta mediados de la década del treinta, ya en pleno siglo veinte.

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En 1935 o 1936, el Consejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires dictó una ordenanza reconociendo a dicha arteria como de naturaleza pública.

Pero esta norma, nunca fue después perfeccionada por hechos administrativos consecuentes. Por tal motivo, el catastro municipal no reflejó la nueva condición pública del pasaje no obstante figurar la referida ordenanza, con su número y fecha, en la plancheta correspondiente.

El realismo mágico surgido de la burocracia administrativa mantenía en el dominio particular un pasaje sin dueño, pese a las siete puertas de las siete casas que dan al mismo y que, por ese sólo hecho debía cambiar su condición privada de origen.

Así fueron las cosas hasta que, en los primeros años del siglo veintiuno, un par de especuladores inmobiliarios compraron una de las dos propiedades cedentes del paso (la otra es mi casa). La idea era construir, allí, una torre de más de 17 metros de altura con una pared medianera al pasaje.

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Era la clásica avivada que se aprovechaba de un error formal, de una omisión, para hacer un pingüe negocio en demérito del patrimonio urbano. Comenzaron las tareas preparatorias, derrumbaron la vivienda que había y, si bien los vecinos, impedimos la realización del esperpento a través de una presentación ante las autoridades del gobierno de la ciudad, no pudimos, sin embargo, evitar la tala de un pino centenario que había en el terreno.

Pero logramos preservar el pasaje en el contexto original, con sus casitas sencillas, el fondo de ladrillos de la vieja fábrica de corchos “Cardillac”, el balcón de mi casa, los malvones y la acequia, que era lo realmente importante.

Y como final con el auxilio de un tango, parafraseando a Francisco García Jiménez:
“Malvón, balcón y sol,/ en su acuarela/ la callejuela/ de Núñez pinta…” (“Malvón”). NR

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Fuente: Blog Serdebuenosayres.

Los fantasmas que habitan en el subte de la línea A

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(CABA) La línea A quedó abierta al público el 2 de diciembre de 1913, con el nombre de Anglo Argentina, por la empresa que lo construyó. Fue motivo de orgullo nacional: era la primera línea del hemisferio sur y de todos los países de habla hispana en el mundo.

“Se inaugura el grandioso subterráneo en los que volarán trenes cada tres minutos y se agregan a la notable red de tranvías con que cuenta la ciudad”, decía la revista Caras y Caretas en 1913.

En 1913 la ciudad tenía 1.457.885 habitantes, 6.211 coches a caballo y 7.438 automóviles. El 2 de diciembre de 1913, en el primer día de la línea Anglo Argentina, viajaron en el subte 170.000 pasajeros.

En la construcción del subte trabajaron 1.500 obreros y se utilizaron 31 millones de ladrillos, 108.000 barras de 170 kg de cemento, 13.000 toneladas de tirantes de hierro y 90.000 m² de capa aisladora. Hoy, la línea tiene casi 10 kilómetros que unen Plaza de Mayo y San Pedrito.

Pero hay un punto en ese recorrido donde lo real y lo inexplicable son lo mismo. Es en el tramo que une dos estaciones: Pasco Sur y Alberti Norte. Allí, más de cien años atrás, en plena construcción, un derrumbe provocó la muerte de dos operarios. Y el lugar quedó maldito.

El hecho se ocultó a la opinión pública. No era bueno que la muerte de dos pobres obreros empañara un trabajo colosal. Sus cuerpos no fueron encontrados. La línea se inauguró con pompa y 40 años después, un doble hecho haría que ese lugar maldito fuera borrado del mapa.

El 15 de abril de 1953, desde los balcones de la Casa Rosada, Juan Domingo Perón le hablaba a una multitud. Una bomba explotó en la estación Plaza de Mayo y mató a siete personas. Por la noche, un ataque incendiario destruyó la Casa del Pueblo, sede del Partido Socialista. La misma se levantaba frente a la boca de entrada de la estación Pasco Sur, en la avenida Rivadavia al 2100, y sufrió graves daños estructurales.

Meses después, el gobierno la clausuró junto a su vecina, Alberti Norte. A ésta la cerraron por un motivo poco real: estaba cercana a la bóveda de la sucursal del Banco Nación. Nunca hubo un comunicado oficial. Dicen que cuando los obreros fueron a hacer las reparaciones y caminaron por las vías entre las dos estaciones, huyeron despavoridos. Con una segunda cuadrilla sucedió lo mismo. Después de que la tercera escapó, no se envió otra.

Desde aquel momento, esas dos estaciones quedaron en el olvido. Pero están allí, escondidas. Pasco Sur, detrás de un largo muro de ladrillos levantado a las apuradas para ocultar algo. Alberti Norte permaneció intacta, pero sin funcionar, hasta que a mediados de 1980 se colocaron en su andén maniquíes vestidos con ropa de 1920, que simulaban ser pasajeros esperando el subte.

Con la llegada de Metrovías, en 1994, el viejo andén tapiado fue ocultado como el de su vecino. La empresa, como en aquel 1953, no quiso indicar por qué las estaciones estaban escondidas detrás de los muros. Sólo usó tres palabras: por cuestiones operativas.

La antigua escalera de acceso sobre la Avenida Rivadavia sigue existiendo, pero está tapada por una chapa con una puerta en el suelo, como si fuera el acceso a un refugio subterráneo. Pero tiene vida.

Cuando se restauró la estación Perú, las tulipas de las luces se tomaron de las originales de Alberti Norte, que estaban intactas y relucientes a pesar de que habían pasado noventa años.

Desde 1913 y hasta hoy, viajar en el último servicio de Plaza de Mayo a Flores, cerca de la medianoche, tiene un condimento extra. Al llegar a las estaciones malditas, se produce un corte de luz breve en los vagones. Dicen que sólo basta mirar por las ventanillas para ver a los dos obreros desaparecidos sentados sobre el andén, todavía con el pico y la pala en sus manos.

Esperando tal vez que los rescaten del olvido. Que los lleven nuevamente a la superficie. Aunque estén tapiadas, las estaciones Pasco Sur y Alberti Norte siguen allí. Y los cuerpos perdidos de los obreros y el misterio, también…

S.C.

Los barrios porteños y sus majestuosos túneles de árboles

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Por Fernando J. de Aróstegui

(CABA) Algunos les dicen bóvedas vegetales o cañones verdes, pero la mayoría de la gente los llama, sencillamente, túneles de árboles. Cuando en una calle plantada con una doble alineación de árboles las copas crecen hasta fundirse en las alturas se forma un majestuoso corredor abovedado, que con su exuberante belleza dota a esa arteria de una identidad singular.

Son muchos los barrios porteños engalanados por estas formaciones. En las avenidas Pedro Goyena (Caballito), Caseros (Parque Patricios) y Melián (Belgrano) se encuentran algunas de las más notables.

Con sus cerca de 350 tipas (Tipuana tipu) dispuestas sin interrupción a lo largo de 20 cuadras, la avenida Pedro Goyena, en Caballito, tiene el túnel de árboles más largo de la ciudad. De doble mano, esta transitada vía discurre en ligeras ondulaciones desde la avenida La Plata hasta la avenida Alberdi.

A razón de entre ocho o 10 ejemplares por cuadra, los más altos arañan el octavo piso de los edificios, unos 24 metros de altura.

A contraluz, los troncos sinuosos y renegridos de estas añosas tipas se recortan contra su follaje verde fosforescente, que los rayos del sol rasgan creando efectos luminosos de una belleza impresionista.

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“¡Me encanta! Está siempre verde. En la primavera las tipas pierden un poco el follaje, pero para diciembre recuperan todo su esplendor y dan una flores amarillas lindísimas”, celebra Ana María Gómez, que vive en Pedro Goyena al 1000. Sin embargo, agrega que los árboles también le dan un poco de miedo porque son “muy viejos y pesados“, y recuerda que el ejemplar ubicado frente a su casa perdió una gran rama durante una tormenta.

Se considera “alineaciones notables” a la serie de árboles dispuestos en línea recta, en ambas veredas -o en bulevar-, que se extienden por lo menos a lo largo de 100 metros y que conforman un “paisaje consolidado y a escala con la arquitectura e infraestructura del sitio”, explicó Marcela Palermo, de la subgerencia de Árboles Históricos y Notables del gobierno porteño.

“Las tipas, autóctonas del norte argentino, fueron aclimatadas a Buenos Aires por el paisajista Carlos Thays, que comenzó a plantarlas en 1891“, recordó Sonia Berjman, doctora en Historia del Arte y autora del libro Carlos Thays. Un jardinero francés en Buenos Aires.

La profusión de alineaciones de tipas que ornamentan Buenos Aires se debe a que era la “planta preferida” de este diseñador de paisaje, según recordó el ingeniero agrónomo y paisajista Carlos Thays, su bisnieto.

En Parque Patricios, una imponente bóveda verde compuesta por unos 120 plátanos (Platanus acerifolia) cubre seis cuadras de la avenida Caseros, desde la avenida Vélez Sarsfield hasta la calle Luna. Originalmente, este túnel abarcaba 12 cuadras, pero luego de una poda intensiva ejecutada hace dos años por la comuna 4 se desplomó el “techo” de la mitad del trayecto.

Con sus troncos “manchados” de tonos grises amarronados y su follaje verde brillante, estos imponentes plátanos aíslan el bullicio de la transitada Caseros, de doble mano.

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Aunque no hay registro de cuándo fue introducida esta especie arbórea en Buenos Aires, Berjman explicó que hay documentos de la época de la colonia que ya dan cuenta de la presencia de plátanos.

“Tengo 82 años y este túnel está desde que me acuerdo”, cuenta la vecina Telma Ponedera. Otro vecino, Eduardo Guerrero, celebra la belleza de esta añosa alineación, aunque cuenta que cuando hay vientos fuertes a veces caen las ramas más secas. Como en todos los barrios, también aquí se libra una disputa entre los vecinos que exigen podas y quienes las rechazan.

Este túnel sufre una inesperada anomalía al pasar frente al parque Ameghino: se vuelve mixto. A “ellos”, los plátanos, alineados en la vereda de los números impares, se les enfrentan “ellas”, las tipas, en la vereda de los pares. El contacto entre ambos es muy casto: sólo se tocan, a 20 metros de altura, las puntas de sus ramas.

“La plantación coherente de una especie otorga a ciertos lugares de la ciudad una fuerte identidad barrial”, explicó Thays. Además, contó que la primera alineación de árboles que tuvo Buenos Aires fue la alameda que, en 1780, el virrey Vértiz plantó en la actual avenida Paseo Colón, a la altura de la Aduana.

Aunque en Buenos Aires la mayoría de los túneles verdes están compuestos de formaciones de tipas o plátanos, también se registran algunos casos exóticos, como el de la avenida Forest, de Ibirá pitas (Peltophorum dubium), en el linde entre Belgrano y Villa Ortúzar.

Como en las antiguas formaciones militares, donde las bajas abrían huecos, también en las alineaciones del arbolado la equidistancia original entre los ejemplares se vio alterada: a veces por caídas durante las tormentas, otras por las talas para hacer garajes. En algunas alineaciones se registraron tantas bajas que el techo abovedado terminó por desplomarse. Como en la avenida Honduras, en Palermo.

En Belgrano R hay otro túnel magnífico. Unas 130 tipas cubren las silenciosas cinco cuadras de la avenida Melián que median entre Olazábal y La Pampa. Miden cerca de 24 metros y casi triplican en altura a las elegantes casas de dos plantas que flanquean esa arteria, y que con sus techos de tejas o pizarra, bow windows, patios y rejas le infunden a este barrio residencial su emblemático aire inglés.

“¡Son dos ríos: uno verde y otro de oro!”, describió fascinada Sonia Berjman, vecina del barrio. “El río verde corre por las alturas. Y el de oro, por el suelo: en diciembre, el adoquinado queda cubierto por las flores amarillas, y según cómo les dé el sol desprenden una infinidad de tonalidades”, dijo. Aclaró que la belleza de Melián constituye un caso notable a nivel mundial. NR

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Fuente: La Nación

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